¡Conoce cómo hacer parte de Número Cero!
Mateo Valencia Atehortúa
Twitter: @cabezarula
Con la mirada cruda, Ana gastaba los últimos minutos del atardecer. Gusanos de agua se deslizaban desde la cornisa del ventanal: ya difuminaban las lucecitas de la pista que poco a poco, con la agonía del día, se iban confundiendo con las estrellas. Ella oía el murmullo de los fantasmas, las rutinarias sombras que iban y venían en el reflejo del cristal.
Volteó a ver el tablero electrónico. El ajetreo del aeropuerto se despelotaba, apurado por la lluvia: cancelado, cancelado, demorado… Desenvolvió un cuadrito de papel que ella misma había marcado la noche anterior:
Vuelo 9R8613 desde Bogotá
A tiempo, decía la pantalla.
A tiempo, repitió ella.
Volvió la mirada al ventanal en el mismo momento en que sonaba un motor: dos soles se encendían sobre la pista de aterrizaje y alumbraban el horizonte.
—Voy a volver, Ana —le había dicho él, un mes atrás.
—Me voy con vos.
—No, Peque, no te metás en esto.
—¿Entonces qué carajos tengo que hacer?
—Banco abierto al ladrón espera —dijo él, con esa sonrisa segura, esa que a ella la derretía.
Ana se le metió entre sus brazos y le rodeó la cintura con los de ella:
—¿No puedo ni llamarte?
—Ya lo hablamos, es peligroso. Confiá en mí.
Las luces del avión seguían golpeándole la cara desde el otro lado del vidrio: A tiempo, volvió a decirse.
Caminó con sobriedad hasta la puerta cuatro. Aunque tenía los músculos tensos, mantuvo el paso ligero y el mentón arriba, tal como él le había enseñado. Ya al frente de la puerta, vio a la gente del túnel de desembarque despidiendo a los pasajeros. Contó cabezas para ahuyentar las ansias: tres, cuatro, cinco, nada. Veintiséis, veintisiete, veintiocho, nada. Cincuenta y tres, cincuenta y cuatro, nada.
La última en salir, y quien cerró la puerta, fue una sobrecargo. Con sonrisa de compromiso, le dijo que ya no quedaba nadie a bordo.
Quizá había anotado mal el número del vuelo. Se acercó a la mesilla de información para comprobarlo: el número era correcto, ese era el avión que acababa de aterrizar.
—Hay otro que llega desde Bogotá, en media hora —le dijo el empleado desde el otro lado del mostrador.
Ana volvió a colocarse frente al ventanal: la noche ya había caído. Las gotas seguían rajando el vidrio, pero ya nada se reflejaba ni nada se movía: los fantasmas y las sombras ya no estaban.