¡Conoce cómo hacer parte de Número Cero!
Jaime Cortés
jcortes1869@yahoo.com / @historiaseinsomnios (Instagram)
Boris es un inútil, gracias a eso presume sonriente de la libertad que poseen los buenos para nada. Vive libre del yugo de una mujer, de un jefe y de la necesidad de relacionarse con la gente. Sale en las noches sin decir a dónde y regresa en la madrugada, como si fuera el dueño de la casa, para que mi esposa le acaricie la espalda sin necesidad de dar explicaciones o expresar agradecimiento. Boris es libre porque no ambiciona nada ni tiene la obligación de ser alguien en la vida, sabe que tiene techo y comida vitalicia, y eso le basta para llevar esa horrible sonrisa grabada en el rostro. Cuando salgo a trabajar, me mira de reojo mientras se arrellana perezosamente en mi sofá, alegre de saber que puede quedarse a descansar mientras yo tengo que salir a partirme el lomo para comprar un bulto de Cat Chow para llenarle la panza y otro de Jonny Cat para enterrar sus porquerías. Con solo cuatro años, Boris tiene la libertad con la que sueña cualquier hombre de familia asalariado antes de jubilarse.
Aunque no faltó quien me acusara de vividor cuando intenté seguir su ejemplo hace unos años, renuncié al trabajo y me entregué a la buena vida como cualquier gato de apartamento, caminando por el mundo sin la obligación de amar a nadie, exigiendo mimos y mirando con recelo como si mereciera todo sin haber hecho nada para ganármelo. Durante algún tiempo olvidé mis obligaciones sintiéndome libre por primera vez, incluso me atreví a salir en las noches sin hora de llegada. Lastimosamente, ese estilo de vida fue pasajero. Eli acabó por empacar maletas y largarse con Boris a la casa de mi suegra porque no estaba dispuesta a mantener a un vago. A veces pienso que fue Boris quien se llevó a mi mujer y no al revés, fue él quien me dejó sin amor y sin comida, demostrándome que además de existir una gran diferencia evolutiva entre nuestras especies, nuestro apartamento era muy pequeño para dos gatos.
Sin quien me mantuviera tuve que volver a la oficina y humillarme con la firma de una suerte de tratado de Versalles en el que Eli me daba la oportunidad de regresar a la vida anodina que había tenido con ella. Desde entonces, Boris me mira con desprecio, sabe que los mantenidos como él están en la cúspide de la cadena alimenticia. Para recordarme quien manda, se acuesta con mi mujer, se come mi salmón y, como si disfrutara torturarme, ve el canal de telenovelas mexicanas todo el día.
A veces, antes de salir por la ventana, me mira y sonríe al notar que lavo platos como un condenado a cadena perpetua que ha firmado su propia sentencia. En ese momento, pienso en lo fácil que resultaría instalar una malla en la ventana para borrarle la sonrisa descarada de una vez por todas, pero nunca lo hago porque su libertad será siempre mi mayor anhelo.
*Cuento ganador de la VIII edición del concurso Échame un Cuento 2022 del periódico Q’hubo cuyo tema central fue la libertad.