«Todos mis personajes, de algún modo, van a perder»:
David Betancourt
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«Todos mis personajes, de algún modo, van a perder»:
David Betancourt
David Naranjo
david.naranjo@amigo.edu.co
La obra de David Betancourt ya había sido recomendada previamente a los lectores de NÚMERO CERO por otros autores entrevistados en el magazín. Y es que la literatura de este narrador se queda impregnada en el imaginario de sus lectores. Sus historias, más que experimentos literarios, son una muestra de lo que puede lograr un escritor que domina el lenguaje y crea personajes auténticos que parecen hablar por sí solos, cuyas expresiones y ocurrencias están desposeídas de cualquier tipo de censura. En esta entrevista, el autor de La conjura de los vicios (2020, Literatura Random House), Ataques de Risa (2017, Ediciones Desde Abajo) y La vida me vive amargando la vida (2017, Seix Barral), entre otros libros, habla de su formación académica, de su estilo, de su participación en concursos literarios y de las intenciones que tiene con su narrativa. Lo hace de una forma desparpajada, como si fuera otro de los personajes creados por él mismo.
¿Por qué David Betancourt cuenta historias?
Ni idea (risas). Eso es una historia larguísima. Yo empecé estudiando periodismo porque quería contar algo. Empecé a escribir crónicas, que es lo más cercano al cuento, y resulta que me empecé a inventar personajes, a faltarle al género periodístico, y terminé haciendo «crónicas de ficción». Me dije que no podía seguir haciendo eso, faltándole al género de la crónica. Tenía que escribir literatura. Entonces dejé las crónicas y los reportajes y me tiré a los cuentos, y como todo buen mentiroso eso era lo que a mí me gustaba: exagerar. Si ustedes leen mis cuentos, y cuando lean la novela, es como el antioqueño en su máxima expresión: llevar cualquier historia, que puede ser una anécdota mínima, a algo maravilloso, a la hipérbole. No sé hasta qué punto quería contar historias, sino que me encontré con eso. Yo iba a ser médico, iba a estudiar Medicina, y un día escribí un panfleto que sale en Ataques de Risa (2017, Ediciones Desde Abajo) que se llama «El impío». Y como eso fue un revuelo el hijuemadre, dije: «No voy a estudiar Medicina, yo soy escritor». Y con 17 años empecé a estudiar Periodismo, luego Filología, y sin necesidad de estudiar nada arranqué a escribir cuento. Porque primero era leyendo teoría de cómo se escribe un cuento, y nada, superbloqueado. En cambio, empecé a leer cuentos y los clásicos, y así fui cogiéndole el gusto al género.
Háblenos de su profesión, la Filología, y de cómo sus intereses académicos han permeado su producción literaria.
Antes era rebelde y creía que había que separar la academia de la escritura, que si usted es académico no puede ser escritor. Al tiempo me di cuenta de que eso es mentira, porque entre más estudiaba y me metía a la academia a maestrías y doctorados, mi literatura era cada vez menos acartonada, incluso más desparpajada. Si ustedes leen mis últimos libros de cuentos es como un español llevado a una especie de parlache. Algo de lo que yo era consciente. La academia me parece fundamental porque me da bases de muchas cosas. Por lo menos me pone a leer parejo, me pone a leer cosas que nunca hubiera leído. Yo tenía una concepción muy distinta del ensayo; que era pesado, que era con citas, algo aburrido. Y en la universidad empecé a leer ensayo de verdad. Lo que sí es ensayo. A leer Montaigne, por ejemplo, y me alegré porque entendí que es verdad, que es ensayar, empezar a jugar con la literatura. También me enseñó que hay cosas que debo sacar de la academia para tener un buen camino.
¿Como qué cosas?
No te digo escritores, pero sí te digo que hay muchas formas de llevar la escritura a ser muy académica, a ser muy pesada, como cuidar en extremo el lenguaje. Tal escritor usted lo lee y dice: «maravilloso, redacta muy bien, no le veo ni un error, unas estructuras brutales», pero le falta una chispita, eso que es más que saber redactar: saber escribir. Y saber escribir no es hacerlo con todas las normas, no. García Márquez tenía todos los descuidos del mundo —para eso están los correctores— pero tenía una magia, una cosa distinta.
Hay escritores que son muy metódicos a la hora de estructurar sus historias y otros que las construyen a partir de la intuición, ¿a qué grupo pertenece usted? Cuéntenos acerca de su proceso creativo.
Cuando alguien me lee, siente que está leyendo algo muy espontáneo, porque eso es lo que quiero hacer ver. Trabajo muchísimo para que se lea espontáneo, pero detrás de esa espontaneidad hay una planeación tremenda. Yo no me pongo a escribir de la nada, escribo con una estructura de lo que voy a escribir, sé que voy a escribir una historia sobre esto y va a terminar así. Ya la tengo lista. Después juego con la voz, con los personajes… Suele pasar que llego al final del cuento y el final se me cambia, eso es muy normal porque el personaje y la historia me lo piden, pero en ese sentido soy muy metódico. Sí tengo que tener algo muy claro para no perderme. Entonces, así sea un soliloquio o un monólogo, que tienen tantas libertades y permiten salirse del orden, son pensados.
(Viene del impreso)
Yo antes escribía cuentos y al final armaba un combo que conformaba un libro. Ahora no escribo cuento, sino libros de cuentos. Sé que voy a escribir un libro de cuentos sobre el alcohol y ese es Bebestiario; o quiero escribir un libro con eje de personaje y ese es Ataques de Risa o La vida me vive amargando la vida; eje temático: La conjura de los vicios. Me planteo eso porque está muy cerca de lo que se lee ahora en la novela. Antes escribía para ganarme premios, el noventa por ciento de mis libros son premios. Yo decía: «Si escribo libros misceláneos —siempre pensando en la plata—, no voy a ganar nada, es más difícil». En cambio, si escribo un libro donde el personaje sea el mismo, eso agarra más a un jurado. Es más fácil cuando un personaje protagoniza todos los cuentos, porque es el mismo tono, es la misma voz, ya lo único que cambia es la anécdota.
¿Y tiene alguna rutina o disciplina para escribir?
La gente cree que la figura del escritor es la de un man que está todo el tiempo en función de la escritura. De alguna manera, estoy siempre en función de la escritura, pero no escribiendo. ¿Cómo? Leyendo. Estoy escribiendo en el momento en que estoy leyendo, porque leo como escritor, no leo como lector; leo buscando qué me robo, que me sirve para mis libros. Ese es mi proceso: estar pendiente de todo lo que leo. No tengo una rutina. Hace como cinco meses dije que llevaba un año sin escribir una línea, ahora llevo un año y medio. Porque en estos momentos no quiero escribir nada. Tengo tres libros inéditos y estoy muy alejado de escribir. ¿En qué centro todo? En leer.
Cuando estoy en función de escribir, ahí sí que me tengan, porque ahí sí me parcho un año entero a escribir con toda. Y me absorbo y me enflaquezco y me vuelvo mierda, pero termino lo que iba a hacer. No soy como esos escritores que tienen un método de levantarse a cualquier hora y escribir hasta tal hora. Eso a mí no me gusta porque ya es un trabajo. Y levantarme a escribir ya lo veo como obligación. En cambio, escribo cuando a mí me da la gana, cuando siento ganas de escribir. A veces escribo cosas que no son para publicar, sino para meterlo en cualquier parte.
Algo que llama la atención en su narrativa es la caracterización de sus personajes. Algunos comparten, además del humor, elementos que permiten al lector identificar rasgos de su literatura. ¿Cómo crea sus personajes? ¿Y en quién, además de usted, están inspirados?
Creo que esos personajes son un man o una vieja muy parecidos a mí, un man o una vieja que dicen las cosas que no voy a sostenerle a nadie, que se comportan como yo me comportaría borracho. ¿En qué sentido? En que soy más libre, digo las cosas sin tanto filtro, soy más suelto, y así se ven mis personajes. Y le agrego una clave que para mí es importante: y es que quiero que pierdan. Todos mis personajes, de algún modo, van a perder: los pongo a fracasar, y de un momento a otro ya no los mato, porque, al principio, yo mataba a los personajes, y luego decidí no matarlos, sino ponerlos a perder.
El humor es recurrente en su literatura. ¿Qué quiere transmitir con el humor?
Cuando uno se ríe con el humor es porque detrás de esa risa hay una tragedia, hay algo malo que le pasó a alguien. Detrás de mi humor siempre hay una tragedia. ¿Cómo? Ver perder a alguien, qué más divertido que un personaje que intenta, intenta e intenta y de un momento otro perdió. Al principio, me empecinaba en hacer reír, y eso es un error brutal, porque eso es lo que pasa con los de Sábados Felices. Ellos se parchan desde el primer hasta el último minuto a hacer reír, y eso es una falla. Nada mejor que hacer reír con dosis y lo mío termina siendo, según los que hablan de mis libros, ese humor crítico, satírico.
A propósito del humor, otros autores locales como David Eufrasio Guzmán, Luis Miguel Rivas, David Gil, José Ardila, por nombrar tan solo a algunos, utilizan también el humor en su escritura. ¿Cree usted que se está configurando una suerte de generación de escritores locales que encuentra en el humor una manera de expresión narrativa?
Todos los que mencionas son muy tesos, y lo que he leído de ellos me encanta. En todos siento que hay humor, en unos más que otros. En unos veo más intención de hacer reír y en otros es un humor típico de los personajes que escogen. Lo que sí sé es que hay un grupo de escritores que tienen mucha fuerza y que, de Colombia, son los que más me gusta leer, porque detrás de ese humor también hay una voz, similares unas con otras. Me identifico con ellos porque son esas voces como desparpajadas que van al lenguaje coloquial, que también son ideas muy ingeniosas. Esa literatura del ingenio y el desparpajo a mí me encanta, y en esos muchachos está. Hay otra literatura que está pegando mucho en Colombia que es la literatura de la trama, que son las que ganan los premios: son historias que agarran por lo que cuentan. Te lees todo el texto solo llevado por la trama. Los otros que les estoy mencionando ni siquiera es la trama, es la voz.
La conjura de los vicios (2020) es un nombre que hace referencia directa a La conjura de los necios (John Kennedy Toole, 1980). ¿Cuáles son sus otros referentes literarios?
Tengo muchos. El Quijote es mi obra maravillosa. Lo leí dos veces, de largo, y ahora, cuando me da la gana, voy a una parte, voy a otra, como una biblia. Es una literatura en la que uno encuentra lo que quiere, hay humor y hay de todo. Hay libros que me gustan mucho ahora: El asco, de Horacio Castellanos Moya, porque es como una especie de Fernando Vallejo, que es puteando, puteando y puteando, eso me encanta. Fernando Vallejo me encanta por el estilo, es un escritor de estilo, como cuenta es maravilloso. También me gusta un libro que se llama Memorias póstumas de Blas Cubas, de Machado de Assis, que es superrecomendado… Felisberto Hernández… Mario Levrero es maravilloso.
¿Hay algún tipo de literatura que no le agrade leer a David Betancourt?
Yo le leo lo que sea. ¿Que se leo completo? No. Hay ciertos autores que no leería ni multado. No digo nombres. Hay una novela mía que va a salir, no sé cuándo, que ahí es donde yo sí la tiro de frente, pero no soy yo, es el personaje el que dice lo que he callado en esta entrevista, puteando al mundillo literario colombiano. Incluso, cuando se mandó a una editorial, el editor dijo que había que pedir permiso para que nos la dejen publicar porque cómo iba a putear a las eminencias de la literatura colombiana. Por ejemplo, ese tipo de autores no los leo porque ya tengo como un sesgo, el personaje me choca tanto que no voy a ser justo con la lectura. Superación personal tampoco leo. Leí en algún momento para ver qué era, pero no me llama la atención.
A esos autores que están en la cúspide no los leo porque ya los he leído y no me gustan ni cinco como escriben. ¿Por qué? Pueden ser los temas, pero más bien la forma de escribir: grandes estructuras que usted lee y es todo perfecto. La literatura no puede ser tan perfecta. Uno lee y dice: «Esos son personajes de papel, no veo vida ahí». Para que haya vida tiene que haber un descuidito, una mala palabra, una caída de ritmo. No todo como si fuera matemáticas. Y esos escritores escriben así, porque están llenos de correctores, porque escriben directamente para ser traducidos. O sea, si vos te parchás a traducir un libro mío… Traduzcamos el cuento «Gonorrea» (La conjura de los vicios) o cualquier otro. No se puede. Habría primero que traducirlo al español. Está lleno de parlache.
Algunos de sus cuentos han recibido premios nacionales e internacionales. Háblenos de su participación en los concursos literarios.
Desde el primer libro hasta el penúltimo fueron premios. Hay que tener mucha suerte para uno salir. Bueno, hay pocos casos como el de Gilmer Mesa que rápidamente se convirtió en best seller. Vende y le hacen filas de cinco horas para firmar. Eso es muy difícil. Si uno se va a poner a esperar que eso le pase, pues se puede quedar esperando toda la vida, porque conozco y conocemos escritores geniales que no venden cien libros, y hay otros que son remalos y les hacen filas de diez horas. Yo le aposté a los premios y he tenido mucha suerte porque un noventa por ciento de mis libros publicados han sido ganadores, y no de cualquier tipo de premios. La gente me pregunta que cómo hago para ganarme los premios y les contesto que perdiendo parejo. Tengo que perder mucho para poder ganarme un premio.
Es paciencia. Antes escribía uno veinte páginas y pensaba que era dios porque las quería mandar a publicar. Ahora es: cuide, pula y mande. Hasta perder veinte premios y de un momento a otro ganar. Llegué a dar con los tres jurados indicados. Por ejemplo: si a mí me ponen de jurado en un premio y los que participan envían textos muy serios, conmigo no van a tener muchas posibilidades, pero si me llegan textos estilo Gilmer (Mesa), (Luis Miguel) Rivas, David Gil, toda esta gente, van a tener muchas más posibilidades porque mis gustos van a influir en la decisión. Es un riesgo constante, como jugar con un cuchillo: o te sale magia o te lo clavas. Pensé que Los Hijuetantas nunca iba a ganar un premio, porque esa novela es una falta de respeto. Los jurados después me decían: «No sabemos cómo premiamos esta novela. Es ofensiva, es vulgar, es rara». De un momento a otro está puteando a los jurados, después a los lectores, pero eso es puro estilo.
Por lo que nos cuenta, usted tiene muy claro que tiene una voz y un estilo que ha ido construyendo. ¿Cómo se ha alimentado ese estilo?
Uno lo va encontrando. Desde mi primer libro hasta el último hay un cambio. Del cuarto libro para acá ya está la voz. Ya uno empieza a pensar no solo en el libro, sino en la obra. ¿Qué es la obra? Lo que está al terminar y se puede leer como una unidad.
Creo que el estilo se ha alimentado de lecturas y de encontrarse con algo que pegó y uno quiere cuidar. Escribí una novela que se llamaba La casa y la tiré porque me di cuenta de que no era yo. Alguien me dijo que con esa novela iba a ganar lo más importante que yo pudiera ganar, porque es un libro rarísimo, una voz muy distinta, pero no fui capaz de firmar la novela.
Mis libros son como coger de lo que oigo y leo y bajarlo a la escritura. ¿De dónde? Es muy paisa. Estuve en México diez años y ahí fue que empecé ver bien a Medellín. Cuando uno está aquí no la ve, pero cuando está lejos uno sí ve lo que es realmente Medellín. Esa distancia me dio un panorama diferente de la ciudad. Entendí que se armó un combo de gente que le perdió el respeto a esa literatura tan perfecta y formal, y ya es como el lenguaje de nosotros, donde los personajes hablan como la gente. Ya no es hacer personajes, sino hacer gente. Entonces empiezo a hacer gente buscando cosas que sean parecidas a la gente.
Con Los hijuetantas recibió este año el Premio Latinoamericano de Primera Novela Sergio Galindo. ¿Cuándo podremos leer esta novela?
No sé cuándo en Colombia, pero en México sale en febrero. Esperemos que en Colombia pronto. Lo que pasa con esos premios, los nacionales y universitarios, es que los libros terminan siendo inéditos, porque, o los regalan o quedan ahí, no hay una difusión. Cosa que no pasa con las editoriales grandes, que vos vas a una carnicería y ves tus libros. Eso es lo que uno quisiera para que tuviera lectores. Pero ya el libro está, que es lo que me importa, y va a salir.
¿De qué va la novela?
Es de una familia paisa que viaja a México y empieza a intentar corromper a los mexicanos, pero los mexicanos terminan siendo más «biblias». También es como un juego de quién corrompe a quién. Y, sobre todo, es metaliteratura porque aparecen los lectores y hasta Fernando Vallejo cambiando cosas en la novela para hacer una crítica a esas grandes familias paisas con las que uno creció. Transcurre en Antioquia y en Puebla, que son regiones conservadoras y arribistas. Una novela rarísima.