«La familia es el primer conflicto que todos tenemos desde niños»:
Estefanía Carvajal Restrepo
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«La familia es el primer conflicto que todos tenemos desde niños»:
Estefanía Carvajal Restrepo
Alexánder Hernández Marín
alexander.hernandezma@gmail.com
Estefanía Carvajal Restrepo tiene esa mirada que escudriña, propia del periodismo. Sus palabras son directas y sencillas; su voz, clara y fuerte, como su literatura. Con un pie en la no ficción y otro en la invención de realidades, le roba tiempo a la vida para escribir. Ya comienza a ser una escritora de relevancia para las letras de la región. La autora bellanita dialogó con NÚMERO CERO sobre sus referentes literarios, dinámicas editoriales, su primera novela —Las vanidades del mundo (2022, Random House)—, las relaciones entre periodismo y literatura, entre otros temas.
¿Cómo se define Estefanía como escritora y a qué le apunta su literatura?
¿Empezaste con la pregunta más difícil?… Yo creo que uno no se define, a uno lo definen o, por lo menos, yo no he hecho la tarea de definirme. Tampoco me preocupa ni me interesa definirme, porque cuando vos te definís ponés unos límites, unas barreras. Es limitar quién soy o qué escribo. Puedo hablarte de lo que he escrito, pero no sé lo que vaya a escribir y no creo que lo que haya escrito sea lo único que puedo ser como escritora y tampoco creo que me defina. Claro, parte de lo que he escrito hasta ahora proviene de mi profesión, que es ser periodista, entonces, el primer libro que publiqué con Angostas es de crónicas —Niebla en la yarda (2017)—, indiscutiblemente es periodismo; luego viene la novela, que parte de unos ejercicios de no ficción que se me salieron de las manos, y terminé recurriendo a la libertad de la ficción.
Quizás hay cosas que me preocupan como escritora. Me interesa mirar hacia personajes limitados por el espacio, por las normas, por su familia y cómo lidian con esa incomodidad, porque la limitación es siempre incomodidad —bueno, puede ser también una zona de confort—. No creo que solo haya un tipo de historia que me interesa, me interesan muchas historias, me interesan las buenas historias, y estas son, yo creo, las que vos querés escuchar cuando te estás tomando un café, unas cervezas, unos aguardienticos y que te atrapan. Creo que eso es lo que busco hacer con mi literatura: conversar con el lector como si estuviéramos contándonos una historia mientras nos tomamos un café.
¿Cuáles son sus referentes literarios?
¡Mmm! Muchos… muchísimos… Yo creo que uno tiene épocas en las que unos escritores son más relevantes. Ahora me interesa todo lo latinoamericano y todo lo escrito en español. Digo todo, en general, porque en verdad no lo he leído todo ni lo voy a alcanzar a leer todo jamás, pero tengo autores de cabecera a quienes admiro profundamente: colombianos, por supuesto que Gabriel García Márquez, Fernando Vallejo, pero también otros autores nuevos que están haciendo obra. Me interesa la de Margarita García Robayo, José Ardila —que además fue editor de mi primer libro—. Mirando afuera, pues muchos otros: en México, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, autores clásicos, también Elena Garro; Clarice Lispector, de Brasil; los raros de Uruguay, Felisberto Hernández; en Chile, José Donoso; en Perú, Julio Ramón Ribeyro… hay mucho qué leer… bueno, europeos también, pero me interesa más que todo lo latinoamericano.
Hablando de referentes… ¿Tiene, usted, alguna influencia del feminismo en su obra?
No leo feminismo, pues teoría, no me interesa la teoría. No me interesa leer sobre el feminismo como no me interesa leer sobre ningún otro ismo. No soy lectora de ensayos ni de tratados sobre este tema. Creo que casi todas las mujeres que han publicado hasta hace algunos años ya eran feministas —porque ahora estamos viviendo un boom editorial de libros hechos por mujeres escritoras—, pero antes de ese boom cualquier mujer que pudiera publicar ya era feminista, ya con el solo hecho de publicar estaban diciendo: «Yo también puedo y esto es lo que escribo», pero no me interesa, particularmente, pensarme como una mujer que escribe, creo que el hecho de que yo sea mujer es absolutamente fortuito y tampoco me importa, no me ocupa la vida pensar que sea mujer, salvo por las cuestiones prácticas, que además las odio —tener la menstruación es una pesadilla absoluta—.
Claro, te mencioné a varias mujeres entre mis autoras de cabecera, pero no creo que leerlas implique que esté leyendo ni feminismo ni que mi interés por ellas sea por el hecho de que son mujeres, para nada: mi interés es porque son genias. Pero sus libros, si los hubiera escrito un hombre, también serían geniales, no es el género lo que me interesa.
(Viene del impreso)
Precisamente, usted habla de un boom editorial de libros escritos por mujeres, ¿cuál es su mirada frente a estas dinámicas editoriales?
Pues ve… mi mirada es que, claramente, hay un interés editorial que tiene que ver con un montón de cosas que están pasando por fuera de la literatura. Digamos que hemos empezado a romper un montón de techos de cristal. Es decir, lo han hecho todas las mujeres que me han precedido. Yo llego con un aire más amplio sobre mi cabeza para ir hacia arriba, un aire que otras mujeres no tuvieron. Hoy estamos hablando de igualdad, de acoso, de abuso, de mujeres en el poder, y eso, claro, en la literatura también se empieza a ver, a cuestionarse cosas como por qué publican más hombres que mujeres si nosotras también escribimos. También eso tiene que ver con unos cambios en las dinámicas mismas de la sociedad: ahora las mujeres podemos estudiar más, aunque muchas aún tienen limitaciones, pero otras, que nacemos en el privilegio de la igualdad, podemos ir a la universidad, acceder a lecturas, cosas que antes no podíamos hacer.
Entonces, yo sí creo que hay ahora más mujeres escribiendo, precisamente, porque las condiciones están dadas y antes no lo estaban, y también hay una industria que se interesa, porque también hay un público que se está interesando por leer más mujeres, y eso me parece muy positivo. No quiere decir que todo lo que publiquen las mujeres sea bueno ni que tengamos que dejar de leer a los hombres, absolutamente no. Yo creo que, como pasa en todos los periodos de la literatura, se irán decantando esas grandes autoras. Siempre se publican muchas cosas buenas y otras no tan buenas: el tiempo decanta.
Aprovechando que estamos hablando de dinámicas editoriales, ¿cómo fue su llegada al sello «Literatura Random House»?
Yo creo que fue por suerte. A mí me pasa que tengo muy buena suerte: la suerte de ser leída por la persona correcta en el momento correcto. Entonces tuve la fortuna de estudiar en la Maestría de Escrituras Creativas en español de la universidad de New York con alguien que me leyó y que pensó que mi novela valía la pena, y esta persona conocía a los editores de Random y les dijo: «Ve, pillen esta novela». Y la suerte está en que esos editores lleguen a leerte. Ya lo otro es que la novela se defienda o no, porque si la novela no es buena o no les interesa no la publican.
Profundicemos sobre la relación entre periodismo y literatura. Su novela tiene vestigios de la técnica periodística, ¿cuáles son esos vasos comunicantes?
Pues son todos. Comparten el mismo insumo, el mismo material de trabajo que es la palabra, y ambos, periodismo y literatura, buscan contar historias. Hablo de periodismo narrativo, porque hay muchas formas de hacer periodismo, aunque, claro, todos buscan por lo menos una noticia, pero una noticia, digamos, no cumple, necesariamente, con todos los requisitos que se imaginan en una historia. Como es la misma herramienta de trabajo, cuando me siento a escribir no veo literatura y periodismo como dos cosas distintas, no me digo: «Bueno voy a usar esta herramienta del periodismo», creo que las tengo muy incorporadas, y si vos me preguntas qué soy —más allá de la definición por la que ahora me preguntaste—, cuando me preguntan en un formulario quién soy, yo pongo periodista, no escritora. No sé por qué, pero me parece menos grande esa etiqueta, la etiqueta de escritora es inmensa y, además, me genera culpas, sobre todo cuando no estoy escribiendo, es como: bueno soy una escritora, pero no estoy escribiendo ahora nada, entonces, no soy una escritora. Tampoco estoy todo el tiempo publicando periodismo, pero al menos tengo un cartón que me acredita.
Precisamente, cuéntenos del oficio de escritora: ¿en qué momentos escribe Estefanía? ¿Es un trabajo de tiempo completo, hay una rutina habitual…?
No es un trabajo de tiempo completo. Por supuesto que no. No soy una heredera. Me tengo que ganar la vida, y no me la gano escribiendo literatura, me la gano haciendo otras cosas. A veces también escribiendo por encargo. Básicamente, yo escribo cuando puedo y cuando me obligo a escribir. Decidí que quiero escribir y ya me tengo que obligar a escribir. Eso suena muy terrible, pero es que en mis circunstancias es la única manera de lograrlo, de seguir escribiendo. Entonces, tengo que decir no a la calle, no a los amigos, no al descanso, porque en el día no puedo escribir, escribo en las noches, los fines de semana, cada que tengo un rato.
Adentrémonos en su novela Las vanidades del mundo. ¿De dónde surge ese interés por explorar la familia como conflicto?
De la familia como conflicto. No es un interés mío. Es de un montón de gente, es un interés primigenio. La familia es el primer conflicto que todos tenemos desde niños. Todos tenemos uno con la familia cercana o lejana, profundos, irresolubles, fáciles de resolver, pero todos tenemos un conflicto, porque la familia es el origen, es el núcleo de donde venimos. Entonces, no es mi pregunta, no creo que venga de algún lado, ya está ahí desde que llegamos. Ya, si ese conflicto es lo suficientemente llamativo para escribirlo, es decisión del autor, pues pasa que hay algunos que pueda no interesarles, aunque en cada obra que uno coja va a encontrar vestigios de las familias de los autores.
La novela tiene varios personajes y cada uno con un conflicto muy definido, a mi modo de ver muy equilibrados, ninguno pareciera sobresalir sobre el otro, ¿es así o sí hay un personaje principal?
Sí hay un personaje principal: la abuela, y está desde la primera línea. Con ella empieza y con ella termina la novela. Se muere y ya termina la novela. Claro, hay otras historias, pero eso es lo que permite la novela: que no haya un solo conflicto, un personaje, como puede pasar en los cuentos, y explorar cómo otras cosas que quizás puede parecer que no tienen que ver y al final sí. Cuando el tío Rodrigo está hablando de sí mismo, también está hablando de su madre; cuando Ratón está hablando de Enrique, también está hablando de esa abuela.
¿En qué momento usted decide que la narradora sea una integrante de la familia que, además, tiene su propio conflicto y narra en primera persona?
Yo hice varios ejercicios de escritura antes de lo que finalmente resultó. Uno fue una tercera persona, un narrador muy omnisciente, no sé, quizás muy garciamarquiano o muy tradicional, y después hice el ejercicio de la primera persona y me sentó ese tono. Finalmente, yo estaba haciendo una ficción sobre mi familia y contarla en tercera persona era, siento yo, deshonesto, mentiroso, porque aunque es una ficción, es sobre mi familia. No sé, pasó, pudo haber pasado de otra forma, pero de los intentos ese fue el más afortunado.
En la novela, usted escudriña unos temas bastantes tabúes en las familias: la homosexualidad, la eutanasia, las adicciones, la violencia de género. Háblenos de sus búsquedas frente a esos temas o de cómo surgen.
A mí los temas no me interesan. A mí me interesan las historias. Cuando me siento a escribir, nunca pienso en temas, yo no digo: «Voy a escribir sobre tal cosa», no. Me siento a contar una historia, yo pienso en argumentos. Los temas hacen parte del argumento. Entonces, no es que yo diga: voy a escribir una novela sobre la homosexualidad y los tabús de las familias.
Es evidente que en la novela surge el tema del machismo, entonces, según lo que usted acaba de explicar, ¿este tema no surge como una especie de denuncia, sino como parte de la naturaleza de los personajes?
Surge de la naturaleza de los personajes. Sí. A mí no me interesa denunciar nada: ni que antes eran violentos con los homosexuales… claro, es terrible, entonces, estoy de acuerdo con que eso no debe pasar, pero mi objetivo como narradora no es la denuncia. Si fuera la denuncia, haría otras cosas para denunciar las cosas terribles que pasan en el mundo, pero no. Yo cuento historias, no me interesa la denuncia.
Se podría decir que el municipio de Bello es casi que un personaje de la novela, pero esta historia pudo haber pasado en cualquier otra ciudad, municipio o pueblito de la región Andina, ¿por qué esa elección de Bello como lugar para establecer los hechos de la novela?
Porque yo soy de Bello. No veo el porqué tiene que haber más explicaciones. Es además donde crecí, es donde existen estos personajes, siempre existieron ahí en mi cabeza y me interesaba ubicarlos en un lugar que se reconociera. Hay escritores que quieren que su novela ocurra en cualquier camino, yo no, yo quería contar Bello, porque soy de allí.
Como lector, uno tiende a sobreinterpretar lo que lee, y por ello uno podría pensar que la forma del final, en contraste con el resto de la novela, es una manera de manifestar libertad creativa frente al estilo del periodismo…
Creo que la libertad creativa no tiene que ver necesariamente con esa forma onírica del último capítulo. La libertad, para mí, tiene que ver con las posibilidades, y traté de hacer el mejor uso de esa libertad que implican las posibilidades infinitas de la literatura, y, entre esas, la forma extraña del final. Pero también otra posibilidad es la narración, digamos un poco más tradicional, en primera persona que cuenta una historia —que es la que hace unas preguntas el resto de la novela—. Las dos decisiones son igual de libres, en las dos hay libertad creativa.
¿Los proyectos de escritura que siguen para Estefanía están por los lindes del periodismo o de la literatura?
En este momento no sé. Hay un camino que no creo que vuelva a recorrer, que es el del periodismo informativo de medios de comunicación, porque es una profesión muy desagradecida en términos de esfuerzo y dinero. Es mucho tiempo por una remuneración muy pobre, y mucho tiempo es mucho tiempo. Trabajar en un medio de comunicación te consume todo. Eso estaba bien cuando inicié, pero ya he encontrado unas formas más amables de ganarme la vida.
Seguramente seguiré escribiendo crónicas de manera independiente, y hay una historia de no ficción que me gustaría contar, aunque también podría hacerlo desde la ficción, y creo que se me hace más fácil, porque la no ficción implica un doble proceso que es el de la investigación periodística, que implica un montón de tiempo, esfuerzo y procesos que, en ocasiones, no me gustan hacer. Me inclinaría por la literatura, pero también estoy escribiendo crónica. Ahora mismo estoy trabajando en una, así que no creo que logre soltarme tan fácil del periodismo, porque me interesa la no ficción, me gusta leer no ficción. Y bueno, de hecho el proyecto de escritura que tengo en mente ni siquiera es periodismo ni literatura, es un guion de cine que quiero escribir, pero talvez no lo logre, no sé, nunca he escrito un guion. Vamos a ver qué pasa.