“El día que cualquier artista comience a pensar en su público deja de hacer arte y empieza a hacer mercancías”: Gilmer Mesa
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“El día que cualquier artista comience a pensar en su público deja de hacer arte y empieza a hacer mercancías”: Gilmer Mesa
David Naranjo
david.naranjo@amigo.edu.co
Fotografía: Alexánder Hernández
Gilmer Mesa escribe cuando puede, pero siempre: todos los días escribe. Con dos novelas publicadas —La cuadra (2015), Las travesías (2021)— y una más en proceso de edición —Aranjuez (2023) —, este escritor antioqueño ha abordado en su obra la violencia de un país que parece resistirse a encontrar la paz. NÚMERO CERO conversó con el escritor sobre el proceso creativo de su obra, sus lecturas y su experiencia como profesor de literatura en Medellín.
¿Cómo era Gilmer Mesa, el escritor, antes ganar el XII Concurso Nacional de Novela y Cuento con La cuadra?
Muy parecido al de hoy. Yo siempre he sido muy consistente. Un man de barrio que le gustaba mucho leer, que estaba interesado en escribir y lo empecé a hacer con cierta regularidad, sin mucha confianza. No es que ahora tenga mucha, pero digamos que ese premio sí me dio la palmadita en la espalda que uno necesitaba para saber que no lo estaba haciendo tan mal. De resto, lo mismo: un man muy amigo de mis amigos; quiero pensar que soy buen hijo; coherente: que trato siempre que lo que pienso, hago y siento sea lo mismo.
¿Cuáles son los referentes literarios, o culturales en general, que han influido en la obra de Gilmer Mesa?
Son muchísimos… muchísimos… Que sean identificables plenamente: Mario Escobar Velásquez, Rubén Blades, Juan Rulfo, Dostoievski, Alkolirykoz y Roberto Arlt.
Háblenos del proceso de creación de los pasajes violentos en su obra.
No me detengo a darle especial énfasis al porqué va a ser así. Sigo el mismo ritmo que tiene toda la novela. Y creo que eso es parte de la clave: no hacer esos énfasis innecesarios que vienen mucho del cine y de la imagen, sino narrar con la misma serenidad cualquier evento por truculento, por trágico, por doloroso que sea. Porque, en realidad, la vida no nos hace esos énfasis ni nos prepara para esos énfasis. Nos llegan cuando uno menos lo espera. Uno va en la calle y lo encienden a bala. Nadie le dijo: “Ojo que lo van a encender a bala”. Ni hacen ese plano secuencia ni le hacen el primerísimo primer plano a usted. Lo que me he propuesto con la literatura es mantener un buen ritmo siempre, independiente de qué escena sea la que vaya a narrar.
¿Ha llegado a pensar que los lectores podrían abandonar la novela al llegar a fragmentos con tanta fuerza?
Te voy a decir una cosa, y en serio, no es soberbia. Yo no soy soberbio, para nada, pero yo nunca pienso en los lectores. Porque yo creo que el día que cualquier artista comience a pensar en su público deja de hacer arte y empieza a hacer mercancías. Qué le interesa a este, qué busca este otro, qué se está vendiendo, qué posibilidades tengo de… cualquier otra cosa distinta al arte. Sé por la pregunta que acabas de hacer, y mucha gente me lo ha dicho, que no han leído o llegan a esos puntos y abandonan el libro, pero bueno… otros se han quedado también y les ha gustado. Hasta hoy, todavía, no ha habido ni una sola página que yo haya escrito pensando en quién la va a leer.
¿Tienen relación los remoquetes que utiliza en su obra con el desarrollo de los personajes en las historias? (viene del impreso)
Algunas veces, pero es porque coinciden. En el caso de Mambo y de Chachachá (La cuadra), sí, pero en el caso de Kokoriko (La cuadra) no. Al personaje que yo conocí ya le decían así. Y le venía de antes, incluso de la casa. Y así a algunos. A Chicle (La cuadra) nunca le supimos el nombre, por ejemplo. Yo necesité llamarlos como les decían realmente o muy cercano a eso para imaginarme el personaje. Ya después terminaron siendo una completa distorsión de gente que haya existido, porque ahí lo que hay es una suerte de construcción a lo “Frankenstein”: uno le pone cosas de todas partes y, más que nada, de uno mismo. Pero la imagen mental que yo tenía a la hora de enfrentar a esos personajes sí me los daba muchas veces el apodo. Sin embargo, nosotros que somos de barrios populares, y yo estoy de acuerdo con don Mario (Escobar Velásquez) y también con Alkolirykoz: “Aquel que no tiene alias es porque no lo quiere nadie”. En los barrios uno conoce a la gente más por el apodo que por el nombre. Yo conozco a gente de toda la vida que apenas, hasta hace poco, supe cómo se llamaban.
Murakami corre, Vargas Llosa nada, Bukowski tomaba licor. Dicen que Hemingway y Pessoa escribían de pie. ¿Qué hábitos tiene Gilmer Mesa antes, durante y después escribir?
Fumo mucho y, a veces, ni me doy cuenta de que estoy fumando tanto. Lo sé porque empiezo a escribir con un paquete de cigarrillos, y a las dos horas miro y tengo cinco cigarrillos. Al principio, sí me perseguía un “malditismo” que uno tiene de la adolescencia, que es que uno tiene que escribir de noche, hasta que uno crece y se da cuenta de que lo que hay que hacer es trabajar. Y que ya uno tiene que entregarle todo el tiempo que pueda a la literatura. Donde le toque, a la hora que sea. Por suerte me quité de encima esos lastres, porque no termina uno escribiendo nunca. Si siempre se está pensando en que se esté en el espacio ideal, en el horario ideal, termina uno no escribiendo. Y estamos hablando de gente que se lo puede permitir, pero yo, por ejemplo, ¿nadar dónde? Si ni siquiera sé nadar. O que yo diga que puedo sacar un tiempo, como Carlos Fuentes, que escribía de cinco a once de la mañana. No, yo a esa hora tengo que dar clase.
¿Cómo es ensañar literatura en una sociedad que cada vez parece interesarse menos por la lectura y la escritura?
Yo siempre he tenido problemas con esto de “enseñar algo”. Yo lo único que hago, y trato siempre de hacer con la mayor responsabilidad posible, además, porque lo creo y estoy convencido de eso, es que yo creo que por cuestiones de edad he leído un poquito más que los muchachos que van a mis clases. Y lo único que trato de decirles es lo bacano de las cosas que yo he encontrado. Lo hice con la política, lo hice con ética y lo hago con la literatura. Porque si yo creo que a mí me despertaron esas pasiones estos autores y estas teorías y demás, pues qué bacano que los estudiantes lleguen, sobre todo por eso, por el gusto que puede haber ahí, por lo importante que es eso para entendernos mejor como sociedad. Ya lo de enseñar es otra cosa. Yo creo que estoy incapacitado, totalmente, para enseñar cualquier cosa.
¿Qué recomendación le daría a los que quieren emprender en la escritura?
Va a sonar al cliché más tonto del mundo, pero leer y escribir mucho. Es que no hay otra manera. Ese es el problema que tengo en algunas de esas clases sobre escritura. Yo les digo: “Vengan, hablemos de literatura”, porque a escribir se aprende escribiendo y leyendo.
¿Veremos en algún momento una serie o largometraje de La cuadra o a Las travesías?
De mí no depende. Hay que preguntarle a Random (Penguin Random House). Si Random vende los derechos… Lo que sí te puedo garantizar es que yo nunca metería la mano en eso. Ya es dificilísimo uno darle forma a una novela, que quede más o menos como uno se la pensó y que sea decente, como para yo meterme en unos lenguajes que no conozco. Y ya eso tiene que ver con el negocio, el que lo haga tendrá que responder por ese producto, yo respondo por mis novelas desde la primera letra hasta el punto final.