«Yo vampirizo a la gente que conozco»:
Lina María Parra Ochoa
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«Yo vampirizo a la gente que conozco»:
Lina María Parra Ochoa
David Naranjo
david.naranjo@amigo.edu.co
Lina María Parra Ochoa está dotada de «poderes». No son los hechizos y brujerías que comparten las mujeres que protagonizan La mano que cura (Alfaguara y Editorial Tránsito, 2023), sino los que componen su capacidad narrativa y le permiten perfilarse como una de las escritoras con mejor presente de la literatura colombiana. En esta entrevista con NÚMERO CERO, Lina habla sobre los tópicos que explora su escritura y revela detalles del proceso creativo que la llevó a publicar su primera novela.
Para empezar, nos gustaría saber cuáles son las búsquedas que la han impulsado a escribir.
Para mí, la escritura es una forma de pensar, una construcción de vida, una decisión al decir: «Esto me gusta y voy a hacerlo». Desde pequeña ha sido una forma de digerir y de entender lo que pasa. Siempre estoy pensando en historias. Empiezan a surgir preocupaciones que en mi caso llegan con la escritura, porque es mi manera de pensar el mundo. Aparecen también, esas preocupaciones, en la fotografía. Esas dos búsquedas son parecidas, pero van mutando.
A mí me interesa mucho la pregunta por el cuerpo y la enfermedad. Creo que es algo que se repite en varios de mis cuentos y en la novela. Hay un asunto también por lo local, por lo que ocurre aquí en Antioquia: fijarme en la materialidad, cómo hablamos, las costumbres que tenemos, las supersticiones. La pregunta por lo sobrenatural, debatiéndose entre la superstición popular y la posibilidad de lo misterioso, lo siniestro, lo oscuro. Otra búsqueda apunta a lo femenino, la mujer y sus preguntas, quizá porque es mi marco de referencia. Me interesa la figura del doble, de ser uno y ser otro y cómo la vida de uno —que se cree tan única— es la repetición de un montón de ciclos. Todos estos elementos se vuelven un sonsonete, aparecen cada vez que escribo.
¿Cómo llega usted a la construcción de los personajes?
Usualmente, parto de la imagen de una persona que ya conozco. En ese sentido, yo vampirizo a la gente que conozco. Muchos de los personajes de mis cuentos son mi familia. Agarro algo de esa persona que yo conozco, como su cara, su nombre, alguna cosa que le haya pasado o algún rasgo de su personalidad, y juego a ficcionalizarlo y a volverlo personaje. Por ejemplo, Soledad, de La mano que cura, no es mi mamá ni le han pasado las cosas que le han pasado a mi mamá, pero está basada en ella y cuando la escribía me la imaginaba. A veces yo veo a la gente y digo: «Este es un buen personaje», entonces, le robo ese pedazo. De esa particularidad empiezo a escribir y luego el personaje va cogiendo vida propia; lo importante es separarlo de la persona de la cual surge.
En el caso de Estefanía, que aparece en uno de los cuentos de Malas posturas y en La mano que cura, ¿cómo relaciona a esos personajes? Es decir: ¿está basado en alguien que le interesó y quiso desarrollarlo literariamente?
En particular, lo que pasa hasta ahora con lo que he escrito, Malas posturas (Editorial Eafit, 2018), Llorar sobre leche derramada (Animal Extinto, 2020) y La mano que cura (Alfaguara y Editorial Tránsito, 2023), es que la mayoría de los personajes se repiten creando una especie de ficción familiar. Soledad se repite al igual que Iván y Estefanía. También en Llorar sobre leche derramada hay un cuento donde ella (Estefanía) es la protagonista, y es la misma veterinaria de Malas posturas y La mano que cura. En ese sentido, sin querer queriendo, he terminado haciendo una especie de proyecto que solamente me gusta a mí, que obviamente se nota, en donde yo estoy construyendo esta familia ficcional, que no necesaria o estrictamente es la misma familia, pero sí son los mismos personajes en situaciones diferentes. No me siento bien robándole a la gente que no conozco. Si voy a robar es a alguien al que le tenga confianza.
Lo que hago es insistir en estos robos y volverlos personajes porque me interesa mucho este juego de ficcionalizar la propia vida, de lo que ahora llaman autoficción, pero que yo lo extiendo a la vida de los que me rodean. Son personas a las que yo conozco, a las que les quito cosas. Por ejemplo, a Estefanía le robo el nombre, la profesión, pero ese personaje no se parece a mi hermana, no actúa como mi hermana. Lo mismo con mi papá, mi mamá y mis abuelos. Hay un juego extraño de querer hacer una gran ficción de esta familia que me inventé y que está basada en mi familia, pero son personajes que no son un calco de las personas.
Usted hizo la transición del cuento a la novela. ¿Qué diferencia encuentra entre la escritura de estos dos géneros literarios?
Esa pregunta me la han hecho varias veces y me parece charro. Yo siento que todavía no tengo una maestría en nada. Escribir cuentos es un reto que me gusta y escribir una novela es como: «Uy, yo escribí una novela, pero ¿cómo?». No sabía y uno aprende haciéndole, creo yo. El reto, para mí, es que tuve que cambiar la metodología de escritura. A los cuentos ya los conozco, ya me conozco escribiéndolos y tengo una metodología que fui perfilando y entiendo.
(Viene del impreso)
No escribo todos los días, o bueno, no me siento todos los días frente al computador a escribir. Escribo todos los días en una libreta que cargo para todos lados: un día escribo una frase; al otro, cinco páginas y al siguiente, lo que dijo una señora. Lo que hago después es transcribir en el computador y en ese ejercicio de transcripción se recupera un ritmo que, a veces, termina en cuento. He notado que se me facilita transcribir un cuento de un tirón. Usualmente, los cuentos los escribo así.
Pero una novela no la puedo escribir de un tirón, entonces, lo que hice fue acercarme a la novela como si fueran cuentos, y me dije: «Los capítulos son cuentos». Pero a diferencia de los cuentos, con la novela hice un plan, esbocé un índice de pistas: tiene que pasar esto, quiero que pase esto otro, no se me puede olvidar escribir aquello… Como un mapa, y eso es diferente a la manera en que yo escribo cuentos. Entonces, creo que, para mí, porque yo siempre trato de solo hablar de mi experiencia, porque no sé nada de nadie más, lo importante del cambio no es que sea más difícil o profundo o superior o inferior, no, es un cambio simplemente de metodología.
¿La mano que cura fue acaso un cuento que terminó en novela?
No, La mano que cura inició como una novela. La historia de esta niña que se llama Soledad que aprende brujería de su maestra de escuela de pueblo era una novela, porque yo sentía que quería contar muchas cosas. Metodológicamente dije: «La voy a escribir como si estuviera escribiendo cuentos y no capítulos»; aunque yo sabía que eran capítulos. De hecho, los capítulos de la novela no son autoconcluyentes, son una especie de escenas y de momentos, no se pueden sacar por separado y decir que son cuentos.
¿Cómo surgió La mano que cura?
Cuando yo escribí Malas posturas, aparece mi mamá como un personaje, y ese libro surgió después de estar rumiando el deseo de escribir historias sobre la infancia de mi mamá en su pueblo, que eran historias que a mí me gustaban mucho, pero que yo no sabía cómo escribir porque eran simplemente anécdotas. Anécdotas muy raras porque mi mamá es muy particular. Y escribiendo un cuento de Malas posturas que se titula Pañuelos de papel, que es sobre la muerte de mi abuelo materno, entendí eso que yo quería hacer, que no es contar las historias familiares, sino coger ciertas cosas que me gustan de esas historias, ya sea una escena o una frase que dijo alguien, e inventarme otra historia que no tenga nada que ver con la anécdota principal, vampirizar estas vidas e historias.
Cuando yo escribí el cuento se lo mostré a mi mamá y empezamos a hablar. Ella mencionó a una maestra de escuela que hizo que algo me hiciera clic. Creo que el ejercicio de la escritura, para mí, es como si uno tuviera en remojo un montón de cosas que no se sabe si van a servir o no. Y uno las tiene atrás, hirviendo en una olla y, de repente, algo se conecta con otra cosa que vos no pensaste que fuera a funcionar. Entonces, esa figura de la niña con la maestra se conectó con un interés mío por la brujería, y surgió la idea de que la niña aprendiera brujería de su maestra. Aunque la niña es mi mamá, quien nunca aprendió brujería de ninguna maestra en la escuela, en esa historia ficcional que me interesa voy metiendo pedacitos de lo que me gusta de las historias de mi mamá. Hay un capítulo en el que Soledad le tira arena a un primo en la cara, porque el primo le va a pegar, eso hizo mi mamá, pero si yo solo cuento eso, que Soledad era una niña muy violenta y brava que le tiró arena a un pelao, es una anécdota que puede ser un chascarrillo y ya, pero si lo pongo como un elemento para mostrar esa furia y filo que hay dentro de esta niña, eso ya alimenta una historia más grande, la de la novela.
¿Qué representan las figuras del padre y la madre en la novela y en la construcción de Lina, el personaje principal?
Todas las cosas terminan hablando de algo más, tal vez. No me gusta tanto la palabra representar porque no lo pienso así. Yo no digo: «Entonces, el papá va a representar la razón y la mamá la magia». El personaje de Iván está más ubicado en el mundo pragmático, de la «realidad» y el personaje de Soledad tiene este secreto porque ella sabe que la magia es real. En la lógica de la novela los poderes son poderes, no son una metáfora de nada, son poderes mágicos. Lo interesante es que parecería que son opuestos, pero no lo son, son mucho más parecidos y más cercanos, por eso se quieren y tienen la relación que tienen en la novela. No representan lugares opuestos entre los que Lina se debate. Es como si fuera la misma cosa vista con dos lentes distintos. Yo quería construir una familia que tuviera esos lazos de amor en el que los personajes son distintos. A mí me gusta mucho, en lógicas familiares, esto de que somos familia y que nadie se puede meter con nosotros. Un poco como de la mafia italiana.
Las moscas aparecen en diferentes momentos de la novela, ¿de dónde surge este recurso?
La mosca es un elemento que anuncia podredumbre. Cuando algo se está pudriendo hay moscas. También está categorizado como uno de estos animales oscuros. En la idiosincrasia y narrativa popular los animales negros, nocturnos, los insectos tienen una carga oscura y negativa. Donde hay moscas hay muerte, como los gallinazos. Las moscas anuncian cosas. Simbólicamente, ya la mosca tiene esa presencia, esa carga en nuestra cultura. Además, a mí me pasó eso de llegar a mi cuarto y encontrar moscas. Yo no sabía qué estaba pasando. Hasta que me di cuenta de que se había muerto una rata dentro de la pared. Yo vivía en una casa muy vieja y las moscas salían de una rendijita: surgían de la pared y de la rata muerta. Esa imagen de no saber de dónde salían las moscas de mi cuarto, antes de encontrar la explicación, era sobrenatural, después entendí que se había muerto una rata allá adentro.
La mano que cura fue publicada primero por la Editorial Tránsito, en España, y luego llegó a Colombia de la mano de Alfaguara. Este no es el camino tradicional de publicación para la obra de autores colombianos. Háblenos de esa experiencia.
Es raro, fue como publicarlo y no sentirlo. Yo aquí veo los libros en las librerías, veo a la gente que me habla del libro, conozco a la editora, hice el lanzamiento... En España no. A Tránsito le agradezco mucho, han estado muy pendientes. Pero eso sucede en España. Yo no tengo hijos, pero es como tener un hijo y mandarlo a España y decirle: «Vaya a ver, defiéndase». Yo no he hecho lanzamiento, no he dado la cara, no he hecho promoción de un libro. He hecho entrevistas y pódcast, todo ha sido por internet. Es una experiencia muy extraña porque eso está pasando allá, lejos. Es bonito haber sido publicada, no tanto en España, sino por esa editorial que me parece muy bacana y con un catálogo muy interesante. Que ellas aceptaran la novela y le dieran espacio en su editorial es valioso. El cambio de llegar a Alfaguara, que está aquí en Colombia, y hacer toda esa parte social, que no sé hacer, es decir: hablar, dar la cara, vender la obra… me toca directamente.
¿Cuáles son los referentes literarios que alimentan su obra?
La pregunta es difícil. Quisiera elegir a alguien, pero pienso en un todo, y no solo literarios. Las series y las películas son, para mí, referentes iguales a un libro. En ese sentido, películas de brujas gringas de los noventa hasta Tomás Carrasquilla, Mariana Enríquez, Sherlock Holmes. Obviamente, ha sido interesante leer esta literatura de escritoras latinoamericanas que se ha hecho muy visible, que está escrita en código de género, de horror, de lo siniestro: Samanta Schweblin, Mónica Ojeda, María Fernanda Ampuero. Sin embargo, cuando yo estaba escribiendo Malas Posturas no había leído a la mayoría de estas mujeres, entonces, más que una influencia fue un espaldarazo, un sí se puede, no estoy sola en querer hablar de fantasmas y de superstición popular. Obviamente, aparece la novela de Mariana Enríquez, Nuestra parte de noche, y esa fue como la mamá de las influencias.