«Trato de acercarme al crimen como un mecanismo para entender la mente humana y sus motivaciones»:

Verónica Villa Agudelo

Mateo Valencia Atehortúa

cabezarula@gmail.com

Verónica Villa Agudelo ha creado una voz profunda, audaz y divertida, nacida de la observación. Sus tramas envolventes y sus personajes sagaces la han convertido en referente de la novela negra en Colombia. Su literatura deja al descubierto el alma humana con todas sus aristas, rescatando la dicotomía del bien y del mal que habita en todos nosotros. Guionista de profesión y novelista por convicción, surfea las olas de estos dos mundos para contar historias cargadas de técnica audiovisual que cautivan.

La escritora antioqueña habló con NÚMERO CERO sobre novela negra, técnica literaria, sus referentes culturales, sus personajes y la creación de su obra, que pertenece a la colección Policías y Bandidos de la Editorial Universidad Pontificia Bolivariana: Marina y el caso de Plata (2017, UPB) y Marina y un caso en el aire (2018, UPB).

¿Cómo está el panorama de la novela negra en Colombia?

Creo que seguimos siendo casos aislados. Podríamos mencionar entre los hombres a Mario Mendoza con Satanás hasta Akelarre; Emilio Alberto Restrepo, compañero de editorial, con Nos vemos en el infierno, mon amour. Tuve la oportunidad de investigar para Medellín Negro, rastreando qué había en cuanto a las mujeres y encontré muy poco: Laura Restrepo con Los Divinos, Melba Escobar con La Casa de la Belleza y a Silvia Galvis con La mujer que sabía demasiado. Pero, claro, son obras aisladas. Quiero decir, son autoras que tocan el género negro, pero no están dedicadas ciento por ciento a él. Y si hablamos de mujeres es muy difícil encontrar autoras que se atrevan. Son pocas las que escriben policial o terror y sus derivados.

Y pasa algo curioso. Cuando digo que escribo novela negra siempre me preguntan: «¿Por qué en una ciudad como Medellín, que ha sufrido tanta violencia, queremos perpetuar eso en la literatura?». Yo me lo he preguntado también. Creo que la respuesta es: claro que hay violencia y crimen, pero en mis novelas también hay humor, investigación y misterio. Como lectora lo que más disfruto es que me confundan. Trato de acercarme al crimen como un mecanismo para entender la mente humana y sus motivaciones. Eso es lo que busco: explorar eso de que los malos no son malos por malos, sino personas del común a las que algo les detona.

Es interesante lo último que menciona. Profundicemos en el porqué del perpetuar la violencia en las obras literarias…

Es difícil no abordar la violencia. Es difícil no verla. En mi caso, trato de abordarla desde el negacionismo, con un lente rosa. Eso tiene un nombre: Cozy Mystery. Es conservar el crimen, pero con humor. Toca tener el chiste, lo gracioso de nuestra cultura que también nos atraviesa, de otra forma nos volveríamos todos locos. Ve, otra pregunta que me hacen: «¿Esa Medellín que vos narrás es la Medellín de la realidad?». Y yo contesto: esa es mi ciudad, la que me tocó a mí, con mis experiencias. Pero, lógico, hay otra ciudad más oscura y violenta y compleja. La mía es la Medellín clase media, la única de la que puedo hablar con propiedad.

¿Qué dificultades le representó ese contexto, esa Medellín de la que habla, para la creación de sus novelas?

Hay una anécdota muy linda con Gustavo Forero. Antes de leer a los autores de la colección, nos decía: «Es que lo de ustedes no tiene ni pies ni cabeza. Aquí no puede haber un detective ni se puede investigar un crimen». Y nosotros… pues bueno. Y seguimos escribiendo. Porque cuando yo escribo lo hago como lectora. Yo no buscaba caer en un género ni nada. A los meses, cuando Gustavo leyó la novela, me dijo: «Vero, me voy a retractar porque lograste hacer novela policiaca en un contexto que parecía imposible». Y aquí tengo que reconocer que me inspiré, encontré una salida en el escritor Paco Ignacio Tabio II con su personaje Héctor Belascoarán Shayne, un detective en México, ingeniero, que le da por volverse investigador y resuelve sus casitos en los años 70. Ese es el contexto, todavía más complicado que el colombiano, donde encontramos la corrupción policial, por ejemplo. Eso es algo que no se ve en la novela negra española, porque allá el investigador es la ley, aquí no. Aquí hay fracciones de la policía que es corrupta y no se presta.

Otro recurso fue reducir el espacio de la acción. Gustavo me decía: «Lo lograste porque, claro, es un círculo muy pequeño, lugares cerrados, casi emulando a Agatha Christie». Y si te fijás, el primer libro de Marina se desarrolla en La Asamblea Departamental; el segundo, en un entorno universitario; el tercero será dentro de una empresa. Entonces, son personajes cercanos, lugares cercanos. El caso podría ocurrir en Medellín o en Suiza: se trata de los personajes y sus conflictos, no tanto de la ciudad.

(Viene del impreso)

Parece que hay una tendencia del mercado en los últimos años de darle, por fin, el reconocimiento que se merece la novela negra. ¿Esto fue motivación para abordar el género?

Trato de mantenerme independiente de lo que esté en tendencia. Por eso ahora, por ejemplo, estoy escribiendo la que denominaremos la «Novela del piano», que no tiene nada que ver con el policial. La escribí para salir de una depresión. Precisamente, el personaje de esa novela trata de salir de una depresión por medio de la música, y escribirla me ayudó a escapar de mi propia angustia. Aunque por estos días ya me está hablando otra vez Marina… Es que los personajes le hablan a uno. Pero no, yo no sigo tendencias, más que todo por desconocimiento. El hecho de que yo haya sacado novela negra cuando está en una especie de boom ha sido pura casualidad. Pero es cierto, el género está muy activo, no solo en lo literario, sino también en lo audiovisual y en el cine. Y por eso mencionaba el Cozy Mystery. Hay un montón de producciones que se apoyan en el personaje, rescatando muchísimo el humor. En Netflix hay varias: Only Murders in the Building de Steve Martin o Damher de Ryan Murphy, entre otras. Se consumen porque a la gente le gusta el crimen, pero más allá de eso, lo que en realidad queremos es entender cómo funciona la mente humana.

Todos sabemos que la literatura negra siempre se ha considerado un género menor. Hay mucho elitismo, una especie de gueto literario al que solo le sirve la novela intimista, y cualquier cosa que sea entretenida se desprecia. A mí me daba pena como lectora decir que me gustaba Agatha Christie, pero por suerte se han consagrado algunos autores que escriben muy bien y le han subido la categoría al género: Patrick Modiano, que ganó el premio Nobel, o Fred Vargas a la que le dieron el Príncipe de Asturias. Entonces, siempre y cuando uno tenga lectores y los entretenga, nadie lo puede subvalorar. Ellos, los lectores, son los que le suben la categoría al asunto.

Antes de ser novelista fue guionista. ¿Encontró dificultad en el cambio de formato?

Yo sigo siendo guionista. Es charro, estoy en el limbo entre las dos denominaciones. Escribiendo en el formato de guion me siento cómoda, pero escribir guion es frustrante porque no hay convocatorias, la producción es costosísima, nadie le para muchas bolas a eso. Y la necesidad de escribir historias sigue ahí. Nunca me había acercado a la literatura para calmar esa necesidad. Yo trabajaba en la UPB, y hubo un par de talleres literarios que dictó Memo Ángel, que es mi mentor, aunque él no lo sepa. Ahí me di cuenta que podía escribir literatura, me cubría esa necesidad. Cuando descubrí el taller de literatura negra quedé encantaba porque siempre me gustó el género, era un placer culposo. El proyecto final de ese taller fue la novela.

El proceso fue durísimo, cuando empecé no me salía, el texto era muy descriptivo y yo me frustraba. Memo me dijo: «Vos sabes escribir guiones, hacele por ahí». Y así lo hice, me dejé llevar por esa herramienta que ya tenía incorporada y la voz fue saliendo. Además, quise incorporar otro elemento que resultó fundamental, el lenguaje paisa: pensaba todo el tiempo en cómo sería la película, me imaginaba los diálogos de esos personajes. Del audiovisual también me traje el recurso de los pie de página, esa fue otra idea de Memo: «Vos sabés hacer guion, explicale a la gente en el pie de página cómo se lee un guion». Entonces, en definitiva, fue la mezcla de todas esas cosas las que arrojaron el resultado final, la novela no se hubiera podido escribir de otra forma. Y hago la aclaración: esto no es un guion ni una novela. Hay elementos como los flashback, los encabezados, las escenografías, la descripción de los personajes, etc. Fue una experimentación que por fortuna salió bien. Y la verdad, no me costó el cambio, antes me ayudó. El formato de guion me sirvió como las rueditas de la bicicleta.

Ya en la nueva novela no lo estoy usando, aunque, supongo, todavía se pueden notar algunas cosas. Esta nueva novela la estoy escribiendo en formato de diario, intercalando con fechas la primera y la segunda persona. Pero aun así no pierdo el lenguaje audiovisual, se me hace difícil separarlos.

Hemos hablado de sus personajes, pero quisiera saber en específico cuál es su modelo de trabajo a la hora de caracterizarlos, si es que hay alguno.

Los personajes son pura observación. Yo soy la introvertida de la casa así no me lo crean. Es mi carácter de observadora, eso me gusta mucho. Entonces, casi todos los personajes uno los ha visto. Magnum Alberto, el hijo de Marina, tiene mucho de mí. A mí me encantaba la tecnología y era medio hacker, eso se lo puse a ese muchacho. Y en lo físico me imaginé a todos esos pelados valijitas que uno se encuentra en camisilla, pintosos pero malositos. Quería que fuera un casanova, jugaba con eso del nini, un vago treintañero que aparentemente no sirve para nada, pero en realidad es un teso y encuentra la pasión en la investigación. El nombre Magnum viene de Tom Selleck, el detective bigotudo ochentero. Juego mucho con esas referencias culturares, por eso todo el tiempo en la novela están escuchando la Voz de Colombia.

En cuanto a la planeación, a mí me permea lo audiovisual. Yo hago escaleta, tratamiento y desarrollo todas las secuencias. Para la nueva novela tengo secuenciado qué es lo que va a pasar. Escribo biografías de los personajes, y en esas biografías pongo detalles que le dan más autenticidad, así después no aparezcan en el libro. Lo hago tal cual, como si fuera la planeación de un guion. Sé cuál es la víctima, el victimario y sus razones.

Todo esto lo anoto en un cuaderno, a cada libro le tengo su cuaderno y ahí apunto lo que se me ocurre. Luego lo paso a un archivo digital donde desarrollo todos esos elementos. Ese archivo está dividido por títulos: personajes, escenas, etc., y así me organizo. Yo tengo buena memoria audiovisual, entonces eso me ayuda para recordar dónde dejé y dónde voy.

¿Para cuándo podemos esperar esos proyectos en los que está trabajando?

Las dos novelas están a la misma altura. Creo que primero será la tercera de Marina, pero no tengo fecha. Ya está la estructura y voy avanzada en el desarrollo; es sentarme a escribir y, lo más difícil, buscar quien la publique.

Y para terminar… ¿podría recomendarles algunos libros a nuestros lectores?

Siempre me dieron pereza las lecturas del colegio, nunca me llamaron la atención. Hablo de La vorágine y todo eso que nos ponían a leer. Tuve la suerte de que en la biblioteca del colegio hubo una mujer que me recomendó cosas más divertidas para mi edad, ahí descubrí a Agatha Christie y a Arthur Conan Doyle. Me gustan mucho los autores ingleses, pienso en Neil Gaiman, porque aunque es fantasía, que a priori no exige escribir bonito, él escribe hermoso. Ahora, como mencioné anteriormente, estoy releyendo a Paco Ignacio Taibo II, Y un libro de cuentos cortos que me emocionó muchísimo es Catálogo de Hombres de María Teresa Agudelo. Son relatos muy críticos, pero a la vez muy bellos.