¡Conoce cómo hacer parte de Número Cero!
Emilio Alberto Restrepo
Especialista En Literatura Comparada U de A 2023, aspirante a Magíster en Literatura de la Universidad Pontificia Bolivariana.
emiliorestrepo@gmail.com
En el canon de la narrativa antioqueña, sobre todo la de finales del siglo XIX y principios del XX, se estableció la importancia de la relatoría de historias para los habitantes y la cultura de la época, entendiendo el relato como parte de la tradición oral, que tiene en cuenta la canción, la poesía, la copla popular, el himno y las construcciones en rima que tienen en cuenta lo religioso, lo moral y lo civil, y todo eso como parte de la literatura fundacional, alimentando los textos iniciáticos.
Citando a Agudelo (2015), la mayoría de las antologías coinciden en ubicar el origen del temprano cuento y/o relato colombiano por fuera de la capital, en las regiones, específicamente en Antioquia. Según especifica, el interés que nace desde el siglo XIX cuando se denota una preocupación por recopilar la narrativa de esta geografía montañosa. Las antologías y recopilaciones de cuento antioqueño publicadas hasta el momento, “confirman la existencia de una tradición de cuento antioqueño cuyo origen instaura, además, el nacimiento del cuento nacional.” (p.152) Concluye que la denominada “Escuela antioqueña”, cuya figura más destacada es Tomás Carrasquilla, establece un punto de partida de la cuentística colombiana.
A su vez, la primera incursión de Carrasquilla en la literatura es su cuento Simón el mago, publicado en 1890, que tiene una potente fuerza narrativa basada en la recuperación de la oralidad por parte de sus personajes, asunto que se transcribirá literalmente en la narración y en los diálogos, mostrando la forma de hablar típica de sus habitantes y acopiando un sentido picaresco del humor así los hechos muchas veces estén marcados por la tragedia.
Se concluye, según la revisión de Mazo Álvarez (2014) que:
[…]el relato es una pieza básica para el engranaje social de la construcción de lo real y de lo imaginario, de entretenimiento y aleccionamiento, de comunicación, de establecimiento de normas e ideales y a grandes rasgos, de orden último de la realidad para criaturas como los seres humanos, cuya manera de enfrentar el mundo y sobrevivir es a través de la cultura y de la creación de tramas de símbolos que permitan acercarse a los sucesos de la existencia desde un ámbito de referencia y comprensión.(p. 138)
En el panorama literario colombiano, según expresa Moncada (2010),
[…]el cuadro de costumbres es el texto que recoge las tradiciones autóctonas y folclóricas del país, junto con todo su acervo cultural, para luego, y después de hecho el inventario narrativo del imaginario colectivo, pasar a la creación y consolidación estética y literaria del cuento, al igual, guardadas las proporciones, que ocurre en Alemania con el proyecto de compilación de las leyendas populares y orales emprendido por los hermanos Grimm. (p.116)
Jorge Orlando Melo afirma, por su parte, que la literatura de esa época de principios del siglo XX, “trató de encontrar su punto de inserción en esa ciudad en proceso de modernización y civilización” (p. 12). En este sentido, esas temáticas urbanas o incluso rurales, que tienen en cuenta el progreso, tan necesarias para representar las regiones desde esa mirada, “fueron recurrentes en las obras de los escritores de esta época, especialmente entre los más reconocidos, Tomás Carrasquilla y Efe Gómez (p. 12). El diseño de la representación del territorio que habitaban y tratar de describir la forma del ser antioqueño o colombiano, se vertió en esta narrativa, mayoritariamente a través de lo que se conoció como “costumbrismo”. Refiriéndose al tema, Abel López Gómez, en su en su escrito “El costumbrismo” (1959), refiere que la mayoría de los autores de esta época escribieron “literatura terrígena” o costumbrista, pues produjeron varios escritos con temas regionalistas que resaltaban las costumbres y naturaleza de “lo propio”, para lo cual acudieron a las publicaciones periódicas como un vehículo apropiado para conseguir dichos objetivos. (p. 88)
López Gómez afirma que los temas más recurrentes de estas publicaciones tenían que ver con la construcción de la identidad del “ser antioqueño o colombiano” a través de esa narrativa costumbrista o “terrígena”, en la que se resaltaban las características de la idiosincrasia regional y nacional, como ya se referenció. Una narrativa caracterizada por recuperar una tradición “campesina y lugareña, trashumante y minera, trovadora y andariega, enamorada y batalladora, picarezca [sic] y romántica”, que había encontrado en esa “Gran Antioquia” el germen de su consolidación y difusión”. (p.94)
Todos estos elementos citados se recuperan y hacen parte de la colección de relatos Los cuentos de Enaro(2022), del autor antioqueño Daniel Botero García. Se evidencia un esfuerzo consciente por recuperar el modelo primigenio de la más precoz narrativa antioqueña, basado en conversaciones (la oralidad), que sostienen los personajes en un lenguaje campesino y coloquial que da cuenta del imaginario de tiempos más antiguos que las nuevas generaciones no presenciaron, haciendo una mezcla calculada de realidad con imaginación, de normas con irreverencia, de virtudes en contraposición al concepto judeocristiano de pecado, todos los relatos atravesados por mitos y deformaciones populares de leyendas venidas de otras latitudes, pero apropiadas por la tradición local y dadas en los relatos como ciertas y vividas en cuerpo presente por el personaje narrador.
Desde el prólogo de Enaro se enuncia la intención de recuperar la imagen del rapsoda, la importancia de la memoria, del palabrero, del que tiene en su cabeza la tradición oral y se regocija en preservarla a través de ejercicios de evocación y oralidad.
Desde el principio se habla de la tradición andariega del antioqueño, guiada por la ambición y el afán de conseguir riquezas, que han caracterizado a muchos de los que se encargaron de colonizar las regiones montañosas.
Tenía yo 5 años cuando él, que tenía como 20, decidió que se iba a recorrer, a buscar fortuna en otro lado. Eso debió ser muy duro para mamá, y hasta para papá, porque ese berriondo resultó convenciendo a José y a Fermín, y ese par de atembaos se fueron detrás d’él. Mis viejos se quedaron sin hijos y de buenas a primeras yo, que era el menor, también resulté siendo el del medio y el mayor. (p. 23)
Se hace referencia a la relación temerosa y conflictiva de las familias convencionales con la religión y de los valores morales que según la norma, deben guiar el comportamiento de las personas.
Mi mamá insistía pa’ bautizala pero mi papá decía que no, que él a la iglesia no volvía a llevar hijos ni nada. Seguía ofendido por lo de Eufrasio. A mi papá la gente de la vereda le insistía que bautizara a la niña, porque sin el sacramento, facilito le pasaba algún mal. (p. 24)
Y a medida que avanzan las narraciones y se cuentan historias de carácter costumbrista, el narrador se preocupa por el estilo, al rescatar bellas metáforas, muchas veces amparadas en el recurso de la hipérbole, típica del discurso campesino antioqueño:
En palabras de Enaro, ellos fueron de los primeros que nacieron en ese pueblo y asegura que su papá ayudó a cargar tierra para hacer las montañas verdes que dan nombre al pequeño terruño. (p. 18)
Ese duende decía unas groserías impresionantes, ¡de las primeras que se dijeron por acá! (p. 28)
Yo salí corriendo para donde mi hermana y ese duende apenas se oía por allá lejos gritándome cosas. Me miré la mano y tenía estos pelos empuñados, y como dicen que los duendes son ángeles caídos y no aguantan cerquita a mi Dios, pues me quité el escapulario que llevaba colgado y le eché tres nudos al mechón. ¡Santo remedio!(p. 29)
Llevaba corriendo como 2 horas, ¡era tan grande ese cementerio, que las ánimas del purgatorio andaban en burro!, ya estaba mamao.(p. 90)
Como recurso integrador, el autor acude a la creación de un pueblo imaginario llamado Monteverde, en la tradición de los grandes pueblos de la literatura, para dar contexto y entorno a unas narraciones que tienen mucho en común unas con otras, desde personajes protagónicos y recurrentes hasta la ambientación y el sentido provinciano y ancestral de las historias. En este sentido, y reforzando mas a los personajes, sus discursos y sus acciones, no hay mucha profundización ni énfasis en darle a la población una entidad literaria, como podríamos argumentar que tienen sus referentes obligados de Macondo, Santamaría o Comala. Sin embargo, su presencia queda demarcada en las pinceladas con que el autor constituye el entorno, y puede ser la base de posteriores ejercicios literarios por su parte.
Tiene un personaje principal, Enaro, que se repite a través de los cuentos y es narrador y protagonista, otras veces testigo. Hombre emprendedor, el autor lo reviste de las mejores virtudes de la tradición antioqueña del pícaro paisa, valiente, rezandero, enamorado, bebedor y si le toca enfrentarse con el diablo, con el mismísimo Satán, lo hace con arrojo y astucia y, por supuesto lo vence y sobrevive para contar el cuento.
¿Papito? ¡un berraco desde siempre! Imaginesen qu’estando chiquito, y siendo de los menores, como de 3 años, le pegaron una pela en la casa, y decidió ise a recorrer. Aprendió a hablar de la piedra que tenía, cogió, empacó unas quimbas, un frascao e aguasparria pal camino, una mudita, y salió a abrir monte a pie pelao, como esas bestias que no se dejan herrar y que sufren cada paso. En una d’esas andadas s’incontró la herradura de la pata que le falta a la mula de tres patas, y ai fue que empezó a enderezasele el camino. Trabajó cogiendo café en una finca tan grande que tenía luna propia; jue de los primeros que arrió vacas en Monteverde, que cuando eso eran blancas del todo; jue leñador a estrujones, aplanó monte a palmadas, y estuvo en la reunión onde s’inventaron las 33 paradas del machete. Le fue tan bien, y creció tanto, que, cuando volvió a la casa, ya era mayor que todos los hermanos y qu’el papá y la mamá. (85)
Tiene un antihéroe de película, una revelación de villano, el padre Tulio Posada Restrepo, taimado, hipócrita, solapado, mujeriego, jugador, enamoradizo, y con pacto con el demonio. Tenía mujer, novias y nietos. Era tan descarado, que echó a correr el bulo que “que el pobre padre era víctima di un espíritu burlón que se disfrazaba d’él por las noches, y vivía haciéndolo quedar mal.”( p. 50)
Esto constituye un aporte interesante, pues en la narrativa tradicional de costumbres no es común que se desmitifique la figura del sacerdote de pueblo, por el contrario merecedor de una alta veneración, distinto de lo que Botero plantea en sus historias que incluyen al cura, porque narrando sus vicios se desnuda la verdadera naturaleza de ciertos clérigos, cosa que no era muy común en los autores de narrativa campesina y de costumbres; un cura torcido y desviado de la normatividad, algo impensable. De pronto Mario Escobar Velásquez tiene referencias a curas mujeriegos o con hijos, en Tierra de cementerio (1995), pero no es algo que pulule en esta literatura vernácula. Los autores solían ser muy religiosos, o si no lo eran, no era usual en sus escritos confrontar los pecados de la Iglesia católica. Por el contrario, según cita Sandra Morales, Carrasquilla como encargado de la biblioteca municipal, pese a ser gran conocedor de las literaturas nacionales y extranjeras expresaba que “No se admitirán, ni regaladas, obras prohibidas por la iglesia” (p. 118)[1]
En la colección, explorando el tema de la brujería, los hechizos populares y los pactos con el maligno, se recuperan conceptos clásicos y se narran a manera de formulación varios de ellos, algunos muy conocidos como el mito del monicongo, que hace referencia a los pactos con el diablo que ostentaban muchos guapos de pueblo imbatibles en la pelea o invencibles en la mesa de juego; o la fórmula para volverse invisible de los amantes que quieren huir para lograr la comunión de un amor imposible. O la obsesión de muchos campesinos por buscar guacas o entierros, producto de la avaricia que le robó el descanso eterno a los que las enterraron, pues una vez muertos quedaron condenados a aparecerse como fantasmas, o luces o ruidos alrededor del sitio en donde quedó escondido el tesoro, o la tradición compasiva de dejarle comida a las ánimas del purgatorio, entre otras mitologías pueblerinas.
Otra propuesta interesante retomada en el texto, la apropiación local de la figura del cantante argentino Carlos Gardel, verdadero ídolo en la región a partir de su muerte accidental en 1935 que catalogó a Medellín como una de las capitales mundiales del tango. En la colección se relata un relato de carácter metafísico que da cuenta de los últimos pasos de la muerte del artista, en el concepto clásico del mitema de “deshacer los pasos”, que el espíritu o el alma de muchas personas víctimas de muertes súbitas, violentas o en agonía hacen en su recorrido por varios sitios antes de fallecer, dejando evidencia de su paso espectral por esos rumbos.
La reescritura del mito del animero, en este caso una animera, que ocasiona un caos y un desorden por falta de experiencia, la narración de la decadencia de una bruja, que supuestamente muere incinerada aferrada a un tratado de brujería, que le sirve al cura Tulio para iniciarse en las artes de la hechicería.
Como en el cuento Simón el mago, el protagonista, Antonio, es un adulto que recuerda su niñez. En este caso, Enaro repite la fórmula, lo mismo de relatar, como Antonio, un suceso memorable de su infancia, el acoso de su hermana Salve por un duende. Como sucede con Carrasquilla, en Botero hay fascinación por las historias de brujas y duendes y en los poderes sobrenaturales obtenidos a través de ayudas esotéricas y en la estrategia de renegar de Dios, en el caso de Enaro, bendiciones y oraciones al revés y monicongos:
[…]sabía que acá vivía una viejita que llamaba Merceditas, y tenía una fama de bruja hasta rara!
El padre Clemente dedicó muchos sermones a pulpitiar a la vieja: qu’era esposa del Patas, que rezaba el Ave María al revés pa salir volando, que vinagraba la leche de las vacas sin habela ordeñado, y que hasta la habían visto bailando a tizón voliao en el terrenito donde enterraban al que s’iban muriendo por acá…(p.68)
Para los rosarios bendecidos al revés contactó a Oscar, el sacristán, que al verse sorprendido y a cambio del silencio de la agraciada niña, accedió a conseguirlos de parte del padre Tulio que mantenía algunos guardados para emergencias como esta. (p. 96)
Como en la escuela impuesta por Carrasquilla, el relato es ágil por la irrupción de la oralidad en la escritura y logra mantener la expectativa del lector con el humor y el desarrollo de los sucesos. Y apela también al elemento común de ganarle batalla a las fuerzas superiores del mal, en el caso del destierro y apresamiento de la muerte, en el cuento En la diestra de Dios padre, de don Tomás y en el triunfo sin atenuantes de Enaro, en los tres enfrentamientos que tiene con el mismísimo Patas[2]
La colección de relatos de Botero recupera para las nuevas generaciones el sabor de una narrativa un tanto denostada entre críticos y lectores del siglo XXI, que tienen otros posibles intereses en cuanto al gusto literario, por el giro que se ha presentado con las nuevas apuestas de comunicación y el influjo que otras temáticas han impregnado en la literatura, como la violencia y los diferentes conflictos y enfrentamientos armados, los video juegos, la ciencia ficción, las distopías, el concepto de inclusión, la globalización en un mundo hiper-comunicado, las migraciones, las confrontaciones bélicas entre países europeos, la irrupción de la inteligencia artificial, el desplazamiento rural a las ciudades, la gentrificación urbana y muchos mas factores que restan fuerza al carácter dialéctico y de recuperación de la oralidad que podría calificarse de tener un aire un tanto anacrónico, pero no deja de tener interés y valor literario y de recuperación de la memoria histórica y de las costumbres y leyendas populares.
REFERENCIAS
Agudelo Ochoa, A. M. (2015). Hacia una historia del cuento colombiano. Inti: Revista de literatura hispánica: No. 81, Article 6. Available at: https://digitalcommons.providence.edu/inti/vol1/iss81/6
Botero, D. (2022). Los cuentos de Enaro. Institución Universitaria de Envigado.
Mazo Álvarez, M. A. (2014). Relatos de brujas en Zaragoza, Antioquia: imaginario, símbolo y representación.
Medina, C. G. (2016). El cuento en tres revistas medellinenses: Sábado (1921-1923), Cyrano (1921-1923) y Lectura Breve (1923-1925). Horizonte Histórico-Revista semestral de los estudiantes de la Licenciatura en Historia de la UAA, (13), 85-104.
Moncada, M. B. (2010). El cuento colombiano: análisis de los criterios de selección en las historias y las antologías literarias. Estudios de literatura Colombiana, (26), 109-130.
NOTAS
[1] Cita obtenida del artículo de Muñoz, S. M. (2018) La obra de Fernando Vallejo y la narrativa regional de Antioquia, Colombia.
[2] En su glosario, Botero define al Patas como el diablo (p. 129), algo que no parecen compartir otros autores:” Este curioso personaje mítico de los campesinos colombianos, especialmente antioqueños, nada tiene que ver con el demonio o diablo de la religión católica, y por ello no se identifica con otras entidades demoníacas como el «Mandingas», el «Malo», el «enemigo malo» etc. El Patas es un prodigioso personaje, semejante apenas al Proteo griego, y al que el Dios de los mares dio el poder de cambiarse de forma o apariencia «para librarse de quienes lo acosan pidiéndole predecir los demonios humanos». El Patas es una síntesis de todo: es la suma de la belleza, de la sabiduría, de la fealdad, de la torpeza, de la ignorancia, virtud, vicio, grandeza, miseria... ¡todo lo abarca! Es «la medida de todas las cosas». REF: https://www.colombia.com/colombia-info/folclor-y-tradiciones/leyendas/el-patas/