¡Conoce cómo hacer parte de Número Cero!
Gustavo Mejía Fonnegra
gumefo88@gmail.com
Dos autores me abrieron el camino de cómo debía ser mi forma de escribir al salir de la adolescencia: Kafka y Camus. El primero, por lo enigmático de su escritura y la pureza de su forma; y Camus, por ese sentimiento de solidaridad ante el hombre y el mundo, y la conciencia de venir del tercer mundo.
De Kafka, recuerdo un librito que contenía Contemplación, Un médico rural, Un artista del hambre y En la colonia penitenciaria. Con esta primera lectura, comprendí que la literatura podía habitar regiones muy profundas del ser humano, pero que para acceder a esa comprensión el lector tenía que cambiar por completo su forma de acceder a un texto, abandonando la lógica que rige nuestra vida cotidiana y la forma de comprender el mundo. El proceso y El castillo vinieron después, y creo que fueron muchos los años que necesité para acceder a esta literatura que habitaba la crueldad, tan desprovista de la lírica de Contemplación y esos primeros textos de Kafka. Y, sin embargo, atrapaban.
De Camus, me marcaron los relatos de El exilio y el reino, y El revés y el derecho. La literatura puesta al servicio de la comprensión y solidaridad con el hombre marginado, caído, roto, con la angustia como identidad de nuestra era, la edad de esa lectura era la de los años 70, y muchas cosas comenzaban a cambiar en esos años. Después vino El Extranjero, que me conmovió bastante. Los ensayos del Mito de Sísifo y El Hombre rebelde, al igual que la polémica Sartre-Camus me identificaron con la izquierda que surgió con la Revolución cubana y todo el alboroto que produjo.
Después vino El retrato del artista adolescente, de James Joyce, con el cual tuve una relación muy particular, pues al impacto de ese manifiesto de la literatura como forma de vida, como afirmación de sí mismo, se le sumó que, en una librería situada donde ahora es la Beneficencia de Antioquia, sobre la calle Colombia, encontré una edición de este libro basada en la primera versión del texto que Joyce tiró al fuego porque no le gustó, y que afortunadamente su esposa rescató, aunque varias páginas se quemaron. Lo mejor es que la edición dejaba el espacio en blanco de las partes quemadas, y era un libro muy distinto al que todos hemos leído. Bueno, la frontera entre esa otredad que es la literatura y las acciones de la vida cotidiana se esfumaban.
Cuando empezaron mis estudios de Filosofía y Letras en Bolivariana, coincidieron con el boom de la literatura latinoamericana, y en esos cuatro años llegaban primeras ediciones de Juan Rulfo, Cortázar, Borges, Carpentier, Octavio Paz, Carlos Fuentes, García Márquez, Vargas Llosa, en fin, y muchos otros que estaban haciendo la literatura en “vivo y en directo”, y eso era muy emocionante. Después de esos años han pasado muchos libros y autores por este río que es la vida, pero me quedo con esos autores que creo que me permitieron crear una estructura para leer, comprender y escribir.
Y casi al final de la vida, celebré mis 70 años escribiendo mi primer libro Viaje al silencio. Cuentos.