¡Conoce cómo hacer parte de Número Cero!
David Betancourt
Cuentos guerrilleros, escrito por Esteban Roldán, es un libro donde el autor no tiene miedo de tomar riesgos y experimentar, combinando cuentos tanto de corte clásico como moderno. Algunos cortos, otros no tanto, de manera que la lectura se hace fluida. Para eso usa un lenguaje que en ciertos relatos es coloquial, mientras en otros es un tono más serio, o sea, que el autor mete de todo y todo lo maneja muy bien. Hay humor y la escritura es ágil. No se percibe en quien escribe la intención de lucirse o de impresionar al lector. Son cuentos muy creativos, uno lee unos cuantos y queda como sorprendido por el ingenio y se pregunta ¿de dónde sacó esto?
Pero además de las historias ingeniosas, están narrados con una prosa que se lo lleva a uno más allá de la trama. Eso es muy valioso: la forma de contar, el estilo, el tono, el lenguaje. En algunos casos se notan las influencias de cuentistas como Ribeyro y Rulfo. Cuentos escritos de muy buena manera, con registros distintos y originales, y esas formas muchas veces importan más que la tensión misma de lo que se está contando. Eso es, para mí, lo más difícil porque hay escritores que narran grandes historias, con una trama estructurada, con giros, personajes sólidos, descripciones precisas, sintaxis perfecta, y no te llegan, como que les falta algo, alma, aburren. Y otros, como el autor de este libro, pueden en cualquier momento contar cualquier cosa y uno se engancha de una. Así son los buenos contadores de historias.
Hay personajes que se le quedan a uno brincando en la cabeza, como Pitalito, ese tipo de figura estilo Macario. También los relatos que son una escena corta y que lo ponen a pensar todo el día, como es el caso de los sicarios que hablan mientras van en la moto. O el del tipo que miente y miente, incluso cuando parece decir la verdad. En este libro se pueden encontrar cuentos que me recuerdan algunos del carácter de Cortázar, esos que uno termina de leerlos y tiene que volverlos a leer porque uno sospecha que la cosa va por otro lado, no por lo literal, que uno no lo acabó de entender o que el final esconde algo que se le pasó por alto.