¡Conoce cómo hacer parte de Número Cero!
Blanca Inés Jiménez
bijimenez5@hotmail.com
La sombra de tu paso, de Manuel Mejía Vallejo (1987), es una novela que, como toda su obra, ofrece y convoca a la memoria. ¿De qué? Del amor de Bernardo y Claudia, de Balandú, de la ciudad antes y en medio de las transformaciones de cara a la modernidad: «Entonces, recogí los pocos recuerdos que tenía, y salí con ellos; los fui tirando a lado y lado de mi camino de regreso, como si arrojara semillas. O simplemente arena». Y es así como Bernardo, el narrador, va trayendo personajes, eventos, lugares, sentimientos y vivencias, tal como funciona el recuerdo: sin continuidad en el tiempo ni en el espacio.
Con su singular manera de hacer prosa poética, salpicada de coplas, letras de canciones, poemas, Mejía Vallejo nos introduce en el mundo sensible que construye la pareja: la seducción, el encuentro de los cuerpos, el misterio de lo femenino. Y, al calor de las profundas experiencias, nos muestra la dificultad de amar, los desencuentros por los anhelos de cada uno, los celos, las dudas, los temores y, al final, la imposibilidad del olvido: «(...) a las manos unidas y el beso sin afán y el amor que todavía se resistía a perder su nombre: la letra a para empezar a nombrarse, la letra m para decir mío, la letra o para la oscuridad en asombro, la letra r para la retirada (...)» . Con los recuerdos de esa experiencia que duró dos años y con las reflexiones de Bernardo, el autor nos ofrece, a mi modo de ver, un tratado sobre el amor.
Mejía Vallejo ubica a sus personajes en un contexto: la Medellín de finales de los sesenta del siglo XX. La arquitectura se derrumba con el único criterio de innovar, sus habitantes viven en medio de la masificación y el anonimato, de la tensión entre lo moderno y lo tradicional. Y en el borde, una generación de jóvenes que trata de sobrevivir y de encontrar su lugar (representada por Claudia, que acaba de terminar el bachillerato, y por sus amigos un poco mayores que ella).
Esa generación comulga con las ideas del Nadaísmo, el Existencialismo y el Surrealismo, y pretende desmontar las tradiciones en torno al amor, el matrimonio, la sexualidad, la religión, el trabajo y el arte. Bernardo, un escritor que pertenece a otra generación, tiene 35 años, los cuestiona por imitadores y por no construir un sustituto que les sirva de referente para justificar sus vidas. Dos de ellos se suicidan. «Porque (Claudia) buscaba cierta vocación de hundimiento, la atrajo aquel tremedal colectivo, aquella amarga y festiva irresponsabilidad. (…) era un jugársela todo contra nada (…). Era la caída por la caída misma».
Al final, en la novela se puede encontrar que, entre la confusión y la desilusión, en la ciudad surgían ideas y obras de arte desde la pintura, la literatura, la poesía y el teatro que estaban contribuyendo a darle una mirada diferente a la vida, al amor, al erotismo y a la muerte.
A pesar de ser una obra poco conocida y de no haber ganado premios, o precisamente por ello, vale la pena leerla con detenimiento.
Nota de los editores: La autora de este comentario elaboró hace algún tiempo un análisis más profundo y detallado de la novela en mención, en un ensayo publicado en el libro De amores y deseos. Para leerlo, haz clic aquí.