¡Conoce cómo hacer parte de Número Cero!
Blanca Inés Jiménez
bijimenez5@hotmail.com
Podría decir que el tema central de esta novela es la muerte de Piragua y el duelo postergado de Polas, su hermano; pero es mucho más: aborda las vidas de los hermanos y, con ellas, las de los jóvenes en la segunda década del 2000, llenas de búsquedas, incertidumbres, dolores, caídas, rupturas, encuentros y fantasmas.
La novela de Miguel Botero se despliega en un tejido que intercala dos tiempos, dos voces y cuarenta capítulos, la mitad de ellos para narrar las vivencias de cada hermano. En el caso de Piragua, una tercera voz relata con detalle y a un ritmo lento, las últimas horas de su existencia. Recién ha salido de una clínica donde ingresó por una crisis nerviosa y, en una búsqueda de libertad, decide recorrer tiendas, parques y calles de Bogotá. En su recorrido, observa la ciudad y recuerda momentos importantes de su existencia, como los que compartió con Polas en Buenos Aires o referidos a su niñez y adolescencia en Medellín, con sus sueños, peripecias, excesos y fracasos. Mientras Piragua deambula hacia el final de su vida, nos vamos dando cuenta de la alteración que produce en su cuerpo y su mente la mezcla de drogas psiquiátricas y licor. Una alteración que él interpreta como producida por el exceso de Rivotril.
En cuanto a Polas, una primera voz, la de él mismo, nos narra la manera como sobrevive durante un año a la ruptura con Laura, su novia, y al dolor producido por la muerte de su hermano. Mientras camina por las calles del centro de Medellín y de algunos de sus barrios, Polas, sin prisa ni propósito, sobrevive, observa, recuerda, piensa en Piragua y en su propia vida, tiene conversaciones con amigos o compañeros de farra, experimenta encuentros eróticos, consume licor y drogas, y padece los abismos de resacas y soledades.
Fue una revelación encontrarme con la voz de Polas, tan cercana y sincera, y a la vez tan caótica como su deambular; este personaje no se cohíbe para mostrarnos, hasta el fondo, la desorganización de su pensamiento drogado, insomne y ansioso que bordea despeñaderos.
Encontré también una voz lúcida, llena de preguntas, de observaciones internas y externas, y de reflexiones juiciosas y profundas sobre la vida y la muerte. Como lectora vi a Polas girando en un círculo de rabia, dolor y miedo: vivía el instante para no enfrentar un futuro, pero también se adentraba en su interior y en su dolor, como pocas veces lo he leído en la narración de un escritor hombre. Durante toda la lectura temí que Polas no lograra vislumbrar una luz que le permitiera salir de ese mundo de fantasmas y que, como Piragua, también se enfrentara con un final trágico.
Piragua (2022, Yarumo Libros), por los recursos literarios, por el lenguaje cercano a los jóvenes de la época, por su estructura novedosa, por el manejo de los tiempos, por la profundidad de los temas, no solo está a la altura de la ópera prima del autor: Sueño Blanco (2016, Siglo XXI), que ganó en 2016 el premio Spiwak, sino que, a mi modo de ver, la supera.