¡Conoce cómo hacer parte de Número Cero!
Claudia (Tita) Llano
Los relatos de María Cecilia Carvajal Velasco no hacen referencia a los años vividos, sino a lo vivido en aquellos años, lo que hace de la cuenta y su contar no una suma, sino un tejido de recuerdos observados por la misma autora como si no fuera ella misma y como si sí lo fuera, lo cual enriquece el plano de los hechos con la reflexión, así, volver a flexar —desde la misma etimología de la palabra—: la autora se dobla y se desdobla, además, con esa entidad ficcional que presiente y que nombra «Ella»; salta de la apreciación sobre lo vivido a la invitación a vivir y revivir, se invita ella misma y resulta invitándonos a los lectores sin que sea intencional o haya sido ese su propósito.
Hasta donde alcanza la vista atrás de María Cecilia, puede ella adivinar lo que es y está siendo por lo que ella misma ha llegado a ser, por su narración compartida de cómo ha llegado ella misma ahí; entonces, el sentido dado y otorgado a sus diferentes episodios de vida, los trasciende y pasan de lo anecdótico a lo fundante e inspirador, porque la autora escribiendo ha dotado de sentido su situación actual con una comprensión narrativa de su vida, una percepción de lo que ha llegado a ser, y que solamente narrando para otros —siendo ella misma otro, un alter ego— puede darle la escritura. De ahí la contundente afirmación de la autora: «Porque creo en lo que hago todos los días me dejo vivir». Leyendo el ejercicio de memoria de María Cecilia, podemos asistir a lo que ha significado para ella ser mamá, abuela, laborar en el arte, compartir con su gente querida, caminar por su barrio o pertenecer a ese y no a otro, su amor por las flores, su vivencia con lo masculino, su concepción de muerte, su hallazgo y encuentro con una ciudad y su filiación con esta por tantos años —Barcelona— o su reciente permanencia obligada a raíz del covid-19 en Buenos Aires.
Testigo lunar (Fallidos Editores, 2023) está publicado en un hermoso papel con una bella caligrafía que cambia diferentes fuentes acercándose a la letra de los manuscritos de la artista en su obra plástica, y que son la expresión de «Ella», la entidad ficcional que la autora presiente en su interior y que, desdoblándose, crea. Por eso leemos en alguna de las páginas de este testigo: «Hoy la caligrafía desentierra voces, toma la forma del alfabeto inscrito en la memoria, toma posesión de la mano que tira del hilo enrollado en la madeja, madeja, corazón, cerebro. (…) Escribir, escribir, escribir es un soporte para permanecer firmes, pero tener un lápiz en la mano y apoyado en un papel es el camino directo hacia la percepción, hacia la memoria. Caligrafiar encuentra aquello que nos ha formado, aquello que queremos continuar o que deseamos abandonar (…)».
La carátula del libro es la foto de una obra de la misma artista, y más fotos de sus obras podemos disfrutar en el interior. Es un deleite —realmente un gozo— poder tener entre las manos este libro que se nos ofrece casi que como un libro objeto, que puede ser abierto en cualquier página y leído de manera desprevenida en cualquier párrafo; ese fragmento nos invita a hacer lo mismo con nosotros mismos, a querer compartir y a querer conversar con la autora en ese otro espacio-tiempo de la lectura para —en esa apariencia o con ese pretexto— ponernos realmente a conversar con nosotros mismos, y llegar a ser sujetos conversables.