«La realidad siempre está en fuga,
y para capturarla está el arte, la escritura»:
David Eufrasio Guzmán
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«La realidad siempre está en fuga,
y para capturarla está el arte, la escritura»:
David Eufrasio Guzmán
David Naranjo
david.naranjo@amigo.edu.co
David Eufrasio Guzmán es un escritor quimérico. Un Pichón de diablo (2021, Eafit) con la Piel de conejo (2019, Eafit) que próximamente va a adherir al cuerpo de su obra otros Animales de familia (2023, Angosta), o partes de ellos, que le ayudan, como siempre, a narrar sus recurrentes literarios: «Las relaciones familiares, la vida cotidiana, esos pequeños ritos que le dan forma a la vida a cada minuto». En esta entrevista con NÚMERO CERO, el también cocreador de Agencia Pinocho y cronista de, entre otros medios, Universo Centro y Bacánika, habla de sus intereses en la literatura y de la evolución de esa suerte de bestiario que ha construido con su narrativa.
Hablemos primero de Piel de Conejo, diez cuentos que narran algunas de las peripecias de un adolescente, ¿cómo fue el proceso de escritura de estas historias?
Yo nunca había pensado en publicar, me parecía que eso era para gente de por allá, de boina y pipa. Simplemente, escribía crónicas para Universo Centro hasta que un día Ignacio Piedrahíta me dijo: «Ve, vos tenés ahí, entre lo que has publicado, algunos cuentos que hacen parte de un mismo mundo narrativo». Algo que me hizo consciente del mundo que tenía por explorar. Y a partir de ahí, comencé a interesarme por el paso de la infancia a la adolescencia en la Medellín de los ochenta. En la que entran a jugar los paseos familiares, la unidad (residencial), todo el despertar sexual… Además, me parecía novedoso narrar esa época que se ha contado tanto desde la violencia, a través de la mirada de un pelao de clase media. Muy pronto me di cuenta de que era un libro de aventuras juveniles, con un mismo personaje que está sufriendo un cambio, no solo en el cuerpo, sino que también está abriendo los ojos ante una familia que es la típica paisa. Fue un libro que me sirvió mucho para desarrollar una mirada crítica sobre mi vida y la institución familiar.
Pichón de diablo es su primera novela, un relato kafkiano en el que Mauro, Pichón, sortea y padece la burocracia local. ¿Por qué se interesó en develar ese mundo oscuro del contratista y funcionario público como rémora del establecimiento?
Lo que pasa es que yo toda mi vida he estado muy cerca de los políticos, de los politiqueros y del mundo de la burocracia, porque la familia por parte de mi mamá fue, y todavía algunos primos son, de ese mundo. Eso me atravesó durante la infancia y hasta hace poco. Entonces, era algo que quería explorar en algún momento. Yo incluso trabajé con el Estado por un tiempo, cortico, y pensé que esa experiencia en el sector público era novelable. Tenía esas anotaciones desde el 2012, más o menos, y le empecé a dar vueltas a la cosa sin encontrar bien qué era. Hasta que, en el 2018, cuando había acabado Piel de Conejo, me sentí más maduro para escribir la historia de Mauro, que puede ser un alter ego mío.
Quise acompañar a Mauro en ese tránsito por el sector público y dejarlo allá en el organismo de control, como forma de exorcizar mi relación con esa experiencia y ese mundo que siempre desprecié. Pero no era solo eso, fue una excusa para escribir de la Medellín de comienzos de este siglo, donde había como una esperanza, porque llegaba un alcalde por primera vez que no era ni godo ni liberal, pero al mismo tiempo estaba llegando la «seguridad democrática» al país. Yo quería mezclar ese mundo de la burocracia antioqueña, de La Alpujarra, con esa Medellín tan particular, y al mismo tiempo acompañar a un personaje que yo sabía que iba a estar tocando temas: el sexo, la enfermedad, el amor… Una novela sobre el Centro de Medellín.
En una carta que le envía (Gabriel) García Márquez a Plinio Apuleyo, le dice que la única posibilidad de escribir bien es escribir sobre lo que se ha visto. Y yo me identifico mucho con eso porque se lo he escuchado en otras palabras a otros autores, y me parece que es así, uno debe escribir de lo que lo ha marcado, de lo que lo ha herido. Cuando la vida lo hiere a uno, lo prepara para escribir sobre esa herida y lo que está alrededor de ella. La realidad siempre está en fuga y para capturarla está el arte, la escritura. Me interesa más lo verdadero que lo real.
¿Cuáles son los referentes literarios de David Eufrasio Guzmán?
Mi papá leía cuando estaba muy pelao a (Gustave) Flaubert y (Rudyard) Kipling, que son dos autores que quiero mucho. No sé si sean influencias. Yo no me pongo a pensar en qué me ha influido, creo que es más tarea de un tercero, de un crítico o de un profesor. Pero el primer autor que me pegó duro, en el colegio, fue (Gabriel) García Márquez, sentía un gran placer al leerlo. Y más que hablar de nombres, es un tipo de escritor el que tengo como referente: el narrador puro, el que se concentra en contar una historia y en ese tránsito va hallando joyas como la poesía, la belleza, la profundidad. En esa lógica: Tomás González, Pilar Quintana, Luis Miguel Rivas, Raymond Carver y Horacio Quiroga.
El humor es un referente en su trabajo con la ficción. Háblenos de la importancia del humor en su obra.
Para mí, el humor no es lo más importante, pero sí proviene de lo más importante, que es la mirada, la forma de ver las cosas. Además, lo del humor me lo han dicho los lectores, no es algo de lo que yo sea consciente o que me proponga escribir. Pero ya empiezo a sentirme como esos actores que los encasillan en el papel de malo o las actrices que siempre las llaman para ser las antagonistas. Me tienen reconocido como «el escritor del humor», y bacano, pues, pero creo que hay otras cosas. También hay una parte que viene de Agencia Pinocho, que es cierta obsesión por observar los sucesos y narrarlos exactamente, quizás esa exactitud genera un efecto cómico dificilísimo de explicar.
(Viene del impreso)
En relación con lo anterior, ¿hay alguna conexión entre Agencia Pinocho y su obra?
Yo creo que Agencia Pinocho me enseñó a afilar el ojo al narrar sucesos tan íntimos y cotidianos. Por ejemplo, una señora que se levanta con la cara tallada por la colcha. Algo que a simple vista no amerita escribirlo, pero hay un montón de detalles que si uno encuentra la forma de decirlo causa un placer al leerlo. Yo siempre he creído que todo debe ser contado, lo difícil es encontrar cómo debe ser contado. Esa mirada de Agencia Pincho ha resonado en los libros.
¿Cómo se manifiesta en su literatura la interacción con escritores como Luis Miguel Rivas, entre otros?
Yo no te sabría decir cómo esto me ha permeado. Como dice (Walt) Whitman por ahí en un verso: «Todo lo absorbo para mi sangre y mi canción». Yo sé que a uno sí le detona algo cuando ve que las personas cercanas están creando, y personas que han tenido las mismas inquietudes de uno. (Luis Miguel) Rivas porque ahora es medio famoso, pero él era superinseguro antes de publicar. Entonces, saber que yo también era así y que de a poco uno va ganándose su lugar dentro de otras personas y autores es como tener voz. Yo creo en eso de la voz, la propia voz, cultivarla y no traicionarla. Lo de la voz propia es lo que me ha heredado Miguel o Ignacio (Piedrahíta), que es geólogo y combina la geología y la escritura.
Piel de conejo y Pichón de diablo fueron publicados por la Editorial Eafit. ¿Qué opinión tiene usted de las editoriales universitarias en Colombia, especialmente, del trabajo con autores locales?
Me parece que las editoriales universitarias la tienen muy difícil, porque el presupuesto y las decisiones no dependen de ese grupito que conforman las editoriales, sino de la universidad. Además, tienen a su cargo la publicación de libros académicos. Me parece un trabajo valiosísimo el que, además de publicar a los profesores y los estudios que hacen, también tengan una mirada a la literatura y a lo local. Por ejemplo, lo que hace Eafit con los rescates de la obra de Mario Escobar Velásquez, Fernando González y Gonzalo Arango, que me parecen un tesoro. Y fuera de eso miran a los nuevos, como a Lina Parra, Ana Jaramillo, Jacobo Cardona o a mí. Es muy diferente a una editorial independiente que no tiene que esperar a un comité ampliado para aprobar un libro y que pueden actuar cuando quieran, además de las libertades que tienen al distribuir. Si uno va a ver a Atarraya o Angosta son editoriales que uno las ve pequeñas, pero que tienen una capacidad de gestión grande. Tienen un catálogo más de su gusto, mientras que las universitarias tienen que incluir los textos académicos y de divulgación científica.
Háblenos de su próximo proyecto literario…
Se viene una serie de cuentos: Animales de familia (2023). Cada cuento es un mundo narrativo propio y hay un animal, que es más una excusa, porque los temas que siempre me han interesado a mí son las relaciones familiares, la vida cotidiana, esos pequeños ritos que le dan forma a la vida a cada minuto.
Llevo escribiéndolos desde hace tres años, más o menos. Cuando estaba escribiendo la novela y la tenía en un primer borrador, decidí hacer una pausa de dos meses para cogerla después con nuevos bríos y finalizarla, y en esas «vacaciones» tenía ya dos cuentos escritos y en cada uno de ellos aparecía un animal, además de otras ideas en las que coincidentemente aparecían otros animales. Esa fue la motivación para ponerme a pensar en los animales de mi vida, qué animales encontraba yo que me atravesaran en algún momento de mi vida, animales ajenos, pero que yo conocía, no mascotas necesariamente. Hay micos, hay arañas. Empecé a trabajar en esos cuentos. Me gustó mucho el hilo conductor de la colección, que son los animales, pero que no son como los cuentos de Mario Escobar que te muestran un conocimiento del mundo animal y la observación que pudo hacer él, estos son más familiares.
Siento que cada libro ha sido importante en mi vida, los tres son etapas de mi camino. Aunque uno nunca está satisfecho, el día que uno esté satisfecho con algo que escriba, yo creo que hasta ahí llega, uno siempre quiere llegar a escribirlo mejor, a decirlo mejor. Con estos tres libros me he dado cuenta de que uno va evolucionando, viendo cierta madurez. En estos cuentos, por ejemplo, hay un poco más de intensidad, de tensión. Es muy difícil hacer dos libros parecidos. Siempre va a haber algo más, algo menos o algo diferente.